

UNA NAVIDAD
DESASTROSA
CAPITULO IV
Con un resoplido me di la vuelta en la cama y me acomodé la almohada con una buena dosis de puñetazos y mala leche. ¿Cómo había podido Blake dejarme así? De acuerdo, había enfatizado ante su ama de llaves lo cansada que estaba, que quería descansar y bla, bla, bla, bla... ¡Pero eso no significaba que quisiera irme sola a la cama! ¡Al contrario!
Para colmo de todos los males, primero me besó frente a la puerta de mi habitación hasta que terminé convertida en una temblorosa gelatina cargada de necesidad y luego, antes de que pudiera parpadear, simplemente se había esfumado. Ni siquiera me había concedido la oportunidad de protestar o convencerlo de que se quedara.
Una ducha y tres horas de sueño no me habían servido para aliviar el hecho de que la otra mitad de la cama permanecía vacía. Revisé el despertador. Apenas habían pasado quince minutos desde la última vez que lo había comprobado. Tenía los ojos más abiertos que un búho desde las dos de la mañana y dudaba mucho que encontrara a nadie con quien compartir mi soledad hasta por lo menos las seis. ¿Había algo que pudiera hacer mientras tanto?
Me negaba a seguir dando vueltas en la cama compadeciéndome de mí misma. Jamás me habían gustado las mujeres que actúan como mascotas abandonadas a la mínima ocasión en la que un hombre las deja tiradas o mira a otro lado. Comportarme precisamente así era un «no» en toda regla.
Encendí la luz y le eché un vistazo a la puerta. Al otro lado del pasillo se encontraba Blake. Aunque fuera con aires de reina, Patty me había ofrecido algunas explicaciones básicas sobre la casa durante el recorrido hasta mi cuarto. El rápido y acentuado inglés de la chica había sido difícil de seguir, pero no existían excesivas posibilidades de equivocación cuando señaló la puerta con un indiferente: «El dormitorio del señor Cooper».
Distraída me mordí el labio y me aparté un molesto mechón que se me había pegado a la mejilla. ¿Cómo reaccionaría Blake si lo despertara de una manera especial? Sonreí como una tonta. ¿Qué hombre se quejaba de algo así? Además, mi intención era proporcionarle motivos para que quisiera retenerme aquí el máximo tiempo posible, ¿no? ¿Por qué desaprovechar esa oportunidad? La sorpresa iba a ser mucho más notable ahora que si llegáramos a compartir dormitorio. ¡Decidido!
Llena de energía me levanté de la cama y fui al espejo. Con una mueca, revisé mis ojos algo hinchados y el intrincado laberinto de líneas rosadas que la almohada había dejado grabado sobre mi piel. No había mucho que pudiera hacer al respecto y la solución era fácil: bastaba mantener la luz apagada. A menos que Blake fuera un vampiro, no iba a poder verme en la oscuridad. Sin contar que si lo pillaba dormido iba a darle muchísimo más morbo a la situación, ¿o no?
Al bajar la vista hasta mi lujurioso camisón burdeos, cedí a la tentación de trazar la curvatura de mis pechos. Estaba mal que lo dijera yo, pero me encontraba endemoniadamente sexi. La fina tela que se ceñía a mi busto, realzándolo, caía suelta hasta mis muslos, escondiendo esa curvita de la felicidad que ninguna mujer quiere ver reflejada en su barriga.
Había acertado de pleno al hacerme con él. Si no era por lo bien que me sentaba, entonces por lo genial que me hacía sentir. El problema era que la única forma de que pudiera verlo Blake era encendiendo la lámpara y despertándolo, lo que iba absolutamente en contra de mis objetivos.
Un suspiro después ya estaba deslizando los finos tirantes de satén por mis hombros, dejando caer el camisón al suelo. Las braguitas de encaje siguieron de inmediato. Recogí ambas prendas con el pie y las arrojé a la silla de la esquina. Si él no podía apreciarlas al cien por cien, entonces era mejor guardarme ese as en la manga. La deliciosa sensación de nuestras pieles desnudas acariciándose sin obstáculos podía ser igual de incitante que cualquier trapo sugestivo que pudiera ponerme.
Para el improbable caso de que me tropezara con alguien por el pasillo, saqué un batín de seda turquesa que me había comprado justo antes del viaje en un arranque de locura. Me había costado una pequeña fortuna, pero, como mujer, era consciente de que valía la pena cada céntimo que había gastado en él. Me encantaban las mangas de encaje y la manera en que la fría tela se ajustaba sobre mis curvas haciéndome sentir divinamente sensual. Después de lavarme los dientes y dar un ligero repaso a mi melena, estaba lista. ¡Mucho más que lista! Blake ya podía ir preparándose, porque una mujer que sabía lo que quería iba derechita a por él.
Asomé con cuidado la cabeza al pasillo y lo crucé corriendo de puntillas. Llamé con suavidad a su puerta y esperé.
—¿Blake? —susurré tratando de no despertar a nadie.
Casi di un salto de alegría cuando nadie respondió. Con una sensación de anticipación giré el pomo y metí la cabeza. Sonreí ante el saludo de un suave ronquido. La tenue luz de la luna apenas me permitió distinguir la silueta masculina bajo el edredón, pero era más de lo que necesitaba. Entré despacio y me apoyé en la puerta. Me llené los pulmones de aire en un intento por apaciguar los crecientes nervios que se me habían apalancado en la boca del estómago. Había llegado el momento de demostrarle a Blake que no era el único capaz de enredar a los demás en sus juegos eróticos.
Desatando el cinturón del batín, me acerqué de puntillas a la cama y…
¡La madre que me parió!
Conseguí reprimir a duras penas el gemido de dolor. ¿Quién demonios dejaba un taburete en medio de un dormitorio? ¡Idiotas! Me toqué el pie dando saltitos y me masajeé el dedo pequeño. ¿Por qué siempre era el que más dolía cuando se chocaba con algo? Era como si por ser el más enano tuviera que llevarse el palo más fuerte. Tras unos segundos cagándome en todo lo que se meneaba recuperé la compostura.
El bello durmiente ni siquiera se había inmutado, ni tampoco lo hizo cuando me acerqué a la cama y le hice un nudo alrededor de la muñeca derecha con mi cinturón. Pasar el cabo a través de las barras del amplio cabecero sin despertarlo se convirtió en una odisea, pero ¡lo logré! Y solo me quedaba repetir la maniobra con la otra muñeca.
¡Nada! Blake seguía roncando. Logré apretar los labios justo a tiempo de que se me escapara una carcajada. ¡Lo que habría dado por sacarle una foto a su cara en el momento en que descubriera que estaba atado e indefenso! Lo único que me retuvo de encender la luz fue que había olvidado mi móvil en la mesita de noche y que el motivo por el que estaba allí era el despertarlo de un modo mucho más memorable.
Deslizando el batín por mis hombros, tiré del edredón con un cuidado extremo y gateé sobre la cama. ¡Mierda! ¿Desde cuándo dormía Blake en ropa interior? Vale... Tal vez era como solía dormir cuando estaba a solas. Pero ¿bóxers? Siempre lo había tomado por un hombre de slips de algodón blanco que, además, contrastaban con su piel bronceada y le daban un aura de supermodelo de anuncio de perfumes. Pensándolo bien, no podía recordar haberlo visto con otro tipo de ropa interior que no fueran unos calzoncillos inmaculadamente blancos. Sacudí divertida la cabeza. ¿Estaba en plena conquista sexual y me paraba a pensar en ropa interior masculina? El desfase horario me había afectado muy, pero que muy mal. Llevara lo que llevara, no pensaba renunciar a mis planes porque un estúpido trozo de tela se interpusiera en mi camino.
Con la punta de la nariz exploré el contorno de su virilidad, recreándome en el tenue aroma a sexo y a jabón. La tela dejó de tener importancia a medida que lo recorría con traviesos besos húmedos con los que fui delineando un rastro caliente a mi paso.
Supe el momento exacto en el que él terminó de despertarse. Su cuerpo se tensó y la oscuridad que nos rodeaba se llenó de un repentino silencio. Lejos de amedrentarme, abrí la boca y deslicé mis labios sobre la ancha punta hasta englobarla por completo. Una sonrisa se extendió sobre mis ya estirados labios cuando un profundo gemido irrumpió a través de la habitación y el cuerpo masculino convulsionó con un par de pequeñas sacudidas, revelándome que Blake acababa de descubrir que estaba atado.
¿En serio habías pensando en usar tus manos, precioso? ¡Olvídalo!
Bajé la cinturilla de sus calzoncillos con los dientes, lo suficiente para acceder a su hinchado glande y saborear las primeras gotitas saladas que me aguardaban allí. Su gemido de placer se mezcló con un jadeo ronco y las estrechas caderas se elevaron en un intento por profundizar el contacto.
Mi yo empoderado se negó a dejarle tomar la delantera. Disfrutaba de mi nuevo poder, de la posibilidad de jugar con él y de ser yo quien, por una vez, decidía el ritmo al que avanzábamos. En lugar de atender a su silenciosa petición, pasé a lamerlo, probando y acariciando su longitud con mis mejillas, nariz y labios hasta que tembló de desesperación.
Adueñarme de su placer me excitaba al punto de que lo tomé entero en mi boca, o al menos todo lo que pude. Titubeé en cuanto su glande alcanzó el inicio de mi garganta y aún estaba rodeándole la base con mi mano. ¿Eran imaginaciones mías o era más grande de lo que recordaba?
Blake se ocupó de borrar las cavilaciones de mi mente en cuanto alzó la pelvis y me facilitó el trabajo de bajarle el bóxer. ¿Qué probabilidades existían de que un hombre fuera a quejarse por una buena sesión de sexo oral? Reí para mí. Ubicándome entre sus piernas, le arranqué un grito tras otro con mis lamidas y aún más cuando atrapé su escroto en mi boca. Mi grado de excitación escaló hasta las nubes con un cada vez más desinhibido Blake, que fue entregándose a mi voluntad sin una sola queja.
Aquella nueva faceta de él me cogió desprevenida. El Blake que conocía era un hombre al que le gustaba jugar conmigo y dominarme en la cama o dondequiera que estuviéramos liados en ese momento. Era un amante capaz de proporcionarme todos los deleites imaginables y también inimaginables del mundo, pero, durante el escaso tiempo que habíamos pasado juntos, no me había cedido ni una sola pizca de poder en nuestros encuentros. No como aquella tarde, ni tampoco como en aquel instante.
El nuevo Blake no dudó en levantar sus caderas en una súplica silenciosa o en abrir sus muslos ofreciéndome un mejor acceso. No trató de sofocar sus gemidos o esos murmullos que sonaban como oraciones y alientos para continuar, aunque yo apenas podía oírlos. No tenía claro si la transformación se debía a que estaba en el ambiente relajado de su casa o porque lo até a la cama o, quizá, porque lo pillé medio dormido, pero de cualquier manera me encantaba haber descubierto aquel aspecto desconocido que me hacía sentir femenina y poderosa. ¿Cuántas sorpresas más tendría aún guardadas?
Estaba tan concentrada en su espectacular erección, tratando de tragármela entera, que no reparé en que había conseguido liberarse de sus ataduras, hasta que sus dedos se enredaron en mi cabello y comenzó a guiarme.
¡Debería haberle hecho más nudos al cinturón!
Incluso en su urgente y contagiosa necesidad, fue delicado y paciente en el modo con que presionaba mi cabeza hacia abajo, haciendo que mis gemidos resonaran alrededor de su miembro. Aunque resultara curioso, eso no era lo que yo quería.
Apreté los ojos. Me encontraba en ese punto en el que ansiaba que perdiera la cordura, incluso conmigo, que me forzara a complacerlo y tomarlo y, sin embargo, sabía que tampoco eso sería suficiente. Quería sentirlo dentro de mí, llenándome, embistiéndome como si quisiera atravesarme y fundirse conmigo. Quería sentirme completa y conectada a él.
No debería haberme preocupado. En menos de un parpadeo, me encontré tumbada de espaldas, con las piernas dobladas y abierta de par en par a una boca voraz. Mis pensamientos racionales se congelaron tan pronto su ancha lengua se abrió paso entre mis pliegues hasta alcanzar mi clítoris, rodearlo con sus labios y succionarlo al interior de su boca caliente y húmeda.
Mis jadeos ahogados resonaron a nuestro alrededor en tanto alzaba mis caderas con piernas temblorosas. Un torbellino de placer me consumió hasta lanzarme a un explosivo clímax.
Blake no dejó que me recuperara. El sonido de un cajón al cerrarse fue seguido por el de un envoltorio al rajarse. Mi universo se volvió abruptamente del revés cuando me agarró por las caderas para girarme, aplastando mi cara y mis pechos contra el colchón mientras posicionaba mi trasero en alto.
Sin más avisos, se hundió en mi interior con una certera embestida, estirándome como jamás me había imaginado que fuera posible. Empuje a empuje, fue abriéndose camino, como si necesitara conquistar cada centímetro de mi cuerpo. Dudaba mucho que me quedara ni un único milímetro sin ocupar, pero no me importaba. Era justo lo que tanto había ansiado. Me sujeté a la cama preparándome para su siguiente poderosa, desbocada y apasionada arremetida.
Estando aún sensible por el orgasmo anterior, mi vientre ya vibraba con la llegada del siguiente. Me desmoroné radicalmente. Nada más importaba, ni los gritos que competían con el inconfundible ruido del cabecero golpeando contra la pared, ni el sudor que cubría nuestros cuerpos mientras chocaban entre sí, ni mis roncas súplicas pidiéndole que no se le ocurriera detenerse. En ese instante solo existía Blake... Blake y cómo me hacía sentir mientras me lanzaba sin piedad de un orgasmo a otro.
Los fuertes dedos masculinos se hundieron en mi cintura y con una exclamación gutural se puso rígido detrás de mí. Su peso acabó por presionarme contra el colchón y sus gemidos resonaron en mi oído provocando que también mis músculos internos se tensaran hasta exprimir las últimas reverberaciones de mi imponente éxtasis.
Fui incapaz de moverme cuando se levantó de la cama y encendió una deslumbrante luz. Me limité a taparme los ojos con el brazo y oír sus pasos y el agua correr en el baño. Al regresar a la cama se detuvo a mitad de camino, como si se hubiera dejado algo en el cuarto de baño y sopesara si regresar o no. Me sorprendió que se sentara a mi lado y usara una toalla mojada para lavarme con delicadeza y por pura vergüenza evité mirarlo. En cuanto se apagó la luz, cayó a mi lado. Sin poder evitarlo me acurruqué junto a él y le besé en el pecho.
—Te amo, Blake. Ni siquiera puedes imaginarte cuánto —susurré demasiado impactada por lo que acababa de ocurrir como para pensar con claridad.
El cuanto noté su rigidez me arrepentí de mi impulsividad. Aguanté la respiración y aguardé su respuesta. No hubo ninguna, al menos no con palabras. Después de unos segundos, Blake me apretó con ternura hacia él. La humillación se apoderó de mí. ¿Lo había malinterpretado? ¿Solo se sentía atraído a mí por el sexo? ¿Era ese el motivo por el que me había facilitado un dormitorio propio en lugar de hacerme un sitio en su cama? ¡Dios, qué idiota había sido! ¿Cómo no me había percatado antes?
Estuve por apartarme de él y regresar a mi cuarto. Solo había una cosa más vergonzosa aún que la humillación que terminaba de experimentar: que él se percatara de ella. Haciendo de tripas corazón me tragué mi orgullo. A la mañana siguiente me levantaría a su lado como si no hubiera pasado nada. Sería otro día y lo vería todo desde un punto de vista diferente. Traté de convencerme a base de repetirlo como un mantra, pero por mucho que lo intenté seguía parpadeando decepcionada para contener mis lágrimas.
En algún sitio cercano se escuchó algo semejante a un helicóptero o quizá algún tipo de maquinaria. Preguntarle hubiera sido una buena táctica para cambiar de tema y restarle importancia a lo que había sucedido, pero sabía que, en cuanto abriera la boca, notaría que estaba llorando.