

UNA NAVIDAD
DESASTROSA
CAPITULO III
Encontré a Blake en la biblioteca, sentado en una moderna mecedora de cuero. Estaba tan absorto en su libro que ni siquiera advirtió que lo estaba observando desde la puerta. Reemplazó su habitual traje gris de negocios por unos vaqueros desgastados y una camisa a cuadros, cuyas mangas se había subido hasta la mitad del antebrazo. El cambio de imagen no perjudicó ni un ápice a su atractivo, más bien al contrario. Una de mis grandes debilidades desde la adolescencia fueron los hombres con elegantes trajes de chaqueta, pero en ese momento descubrí el morbo tan especial que podía emanar un hombre relajado que disfrutaba leyendo. ¿Qué clase de mujer podía resistirse a un amante inteligente y culto si además poseía el cuerpazo de un dios?
Entré despacio, sin hacer ruido, resistiéndome a romper aquel encanto inesperado. Incluso al llegar al centro de la habitación me costó quebrar aquella paz. Respiré hondo.
—Desconocía esta faceta tuya. Siempre creí que los adictos al trabajo no disponían de tiempo libre para relajarse o realizar actividades intelectuales. —Reprimí una sonrisa, tipo gato de Cheshire, cuando el libro saltó en sus manos y estuvo a punto de caérsele. Esconder mis emociones nunca había sido una de mis virtudes aunque, en aquel momento, llegué a la conclusión de que no importaba demasiado. A pesar de que me miraba boquiabierto, sus ojos azules permanecían anclados sobre mi escote y el corsé negro que se apreciaba bajo la blusa semitransparente. Mi querido Blake estaba convirtiéndose en mi presa sin siquiera haber movido un dedo.
—¿Karla? —Blake parpadeó.
—¿Te gusta lo que ves? —Me acerqué a él tomándome mi tiempo e infundiéndole a mi andar una dosis extra de sensualidad.
Su atención fue bajando hasta el ribete bordado de las medias que asomaban coquetamente por la espléndida raja de mi falda.
—Mucho más de lo que me había imaginado —musitó como si hablara consigo mismo.
—¿Qué estás leyendo? —Me incliné sobre él con una pose estudiada, sacando pecho y encogiendo el estómago. Existían determinadas circunstancias en las que respirar estaba sobrevalorado y aquella era una de ellas. Tomé el libro que se había quedado relegado al olvido sobre su regazo y ojeé la portada—. James Patterson. ¿Eres aficionado al suspense?
—¿Eh? Sí... Esto... —Blake volvió a parpadear, obviamente distraído por la cercanía de mi escote.
¿Desde cuándo Blake le prestaba tanta atención a mis pechos? Que recordara, su adulación durante el fin de semana que pasamos juntos había estado más enfocada a mi trasero. Si lo hubiera sabido, me hubiera hecho un tatuaje o quizá puesto piercings en los pezones. Era una de esas cosas que tenía en mi lista de «cosas por hacer» desde hacía una eternidad. Por desgracia, lo de ser una cagueta venía de familia. Deseché la idea. Ya era demasiado tarde.
Solté el libro sobre la mesita auxiliar y devolví mi atención a Blake. Se veía adorable con aquella mezcla de confusión y hambre en la mirada. Recorté la distancia entre nuestros labios.
—Ummm... ¡Espera! —Blake se apretó contra el respaldo de su sillón tratando de evitarme.
—¿Sí? —Apenas distaban unos milímetros para recordar a qué sabía.
—Tenemos que hablar.
¿Hablar? ¿Se había vuelto loco? ¡Yo ya no era capaz de juntar dos pensamientos racionales!
—¡Por supuesto! Lo haremos... Más tarde. —Le mordisqueé los labios. Había venido con un propósito y pensaba cumplirlo.
—Será mejor... Ahora —murmuró Blake respondiendo reticente a mis besos.
Me enderecé y le miré fijamente a los ojos. Por una vez, nuestros roles usuales habían cambiado. Su inseguridad me dio el coraje que necesitaba para hacerme cargo de la situación.
—¡Olvídalo! Te deseo. —Me alcé la falda con la esperanza de que notara mi falta de ropa interior y pasé una pierna sobre su regazo sentándome sobre él—. ¡Ahora!
—A la mierda los buenos propósitos —masculló antes de que nuestros labios colisionaran y de que me dejara sentir que no era hombre de ayunos.
Mis dedos se enredaron en su cabello y, por una vez, fui yo quien lo sujetó y lo obligó a estar quieto, dándole rienda suelta a la desesperada necesidad que me recorría y que solo él podía calmar. Blake debió de entenderlo de alguna forma, porque me cogió el trasero, pero, en lugar de dirigirme e instruirme acerca de cómo quería que me deslizara sobre el bulto más que obvio que se percibía bajo la áspera tela de sus vaqueros, me dio la libertad de satisfacer mi propia urgencia.
Gemí ante las abrumadoras sensaciones. Un delicioso sabor a café dulce invadió mi boca y acompañó el agarre de sus fuertes dedos, que me amasaban las nalgas y me azuzaban a seguir restregando mi clítoris contra él.
¡Dios!
La imperiosa necesidad de tenerlo dentro de mí, llenándome y transmitiéndome su pasión, me hizo apretar mis pechos contra su torso. Quería sentirlo. Ese era el único objetivo en el que conseguía pensar en aquel momento.
A pesar de que su camisa poseía un agradable tacto de algodón, no tardó en convertirse en un molesto obstáculo. Sin abandonar sus labios, zarandeé ansiosa de ella y la alcé lo suficiente como para poder deslizar mis palmas sobre la tersa piel de su estómago. Adoraba el calor de su cuerpo y la deliciosa fricción contra sus bien formados músculos.
—¡Demasiada ropa! —gruñó Blake, prácticamente arrancándose la camisa antes de lanzarse sobre mis pechos.
Tuve que sujetarme a sus hombros cuando trazó el borde del corsé con la lengua. No aparentaba importarle la fina tela de mi blusa. En cierto modo resultaba excitante seguir vestida. Blake recurrió a sus manos para alcanzar mis pezones bajo la ajustada ropa, pero, incluso así, se limitó a introducir las manos bajo la blusa, liberándome los pechos del corsé sin quitarme ninguna de las prendas. Sofocar mis ruidosos gemidos mientras él chupaba mis endurecidos pezones, estirándolos y succionándolos, se convirtió en una misión imposible. Mi vientre se encogía en una placentera agonía provocando que más y más calor líquido se derramara entre mis muslos.
—Te estoy manchando —murmuré, distraída por cómo mi pezón húmedo reaccionaba al aire frío cada vez que su boca caliente lo abandonaba con la excusa de atender al otro.
—Mhm.
—Los vaqueros.
—Mhm.
—¡Estoy manchándote tus pantalones!
Blake soltó mi pezón a regañadientes. Sus pupilas estaban dilatadas y sus labios brillaban con su saliva.
—¡Quítate la ropa! Toda excepto el corsé, las medias y los tacones.
¡Ese sí era el Blake que yo conocía! Mis labios se estiraron en una sonrisa pícara.
—¡Quítate la ropa! ¡Toda la ropa! —repliqué con la misma exigencia.
Blake arqueó una ceja con un reflejo divertido en sus ojos.
—¡A su servicio, señora! Tan pronto como se levante, acataré sus órdenes.
No pude más que reírme y darle un impulsivo piquito sobre los labios antes de ponerme en pie. Me tomé mi tiempo en abrir la cremallera de mi falda, consciente de que él no perdía detalle de lo que hacía. Blake hizo lo propio, llevando sus manos al cierre de su vaquero. Había algo magnético en la forma en la que ambos nos desnudamos el uno frente al otro, provocándonos en silencio, retándonos sin perdernos de vista. La temperatura fue en aumento a medida que las prendas iban dispersándose por el suelo y los muebles. Dejé mis pechos como estaban, con los pezones hinchados asomando sobre el borde de encaje, pero rescaté el preservativo que tenía a buen recaudo en mi corsé y se lo arrojé a Blake, quien lo atrapó en el aire y arqueó una ceja al estudiarlo.
—¿Chocolate? —Una sonrisa se extendió por su rostro—. Siempre he tenido debilidad por las chicas que saben lo que quieren.
Me humedecí los labios al observar cómo se sentaba en la mecedora y rodaba el oscuro látex por su orgullosa erección. Mi cuerpo entero vibró lleno de necesidad. Estaba dividida entre el deseo de arrodillarme ante él y saborear el tentador postre de chocolate que me ofrecía o poner fin al vacío que me atormentaba. Fue él quien tomó la decisión por mí.
—Ven aquí —me pidió—. Abre las piernas. —Traté de seguir sus instrucciones y regresar a su regazo, pero me detuvo antes de que pudiera hacerlo—. No, de pie, aquí, delante de mí.
Se sentó en el borde de la mecedora y esperó. Mis mejillas se incendiaron, pero ¿qué mujer en su sano juicio se quejaría, adivinando lo que la esperaba? La caricia de su aliento sobre mi sexo mojado logró que mis rodillas amenazaran con ceder. Hundí mis uñas en las palmas. ¡Mierda!
Blake no dio muestras de tener prisa. Abrió mis pliegues externos con delicadeza. Apreté los párpados tratando de olvidar que podía observarme con pleno lujo de detalles desde aquella posición y, como si quisiera dejar constancia de que efectivamente ese era el caso, exploró con tranquilidad todos y cada uno de mis rincones más ocultos, terminaciones nerviosas y puntos sensibles, con sus expertos dedos, dejándome hecha un jadeante flan.
Abrí los ojos justo a tiempo de atestiguar cómo acercó su cabeza. Apenas me regaló una delicada lamida aquí y un suave beso allá, como si quisiera gastar hasta el último segundo del que disponía en familiarizarse conmigo.
No fue hasta que finalmente agarró mis nalgas con ambas manos y apretó su boca contra mi clítoris con un prolongado gemido, que reverberó a través de mi cuerpo, cuando supe que la espera había terminado. La realidad a mi alrededor se desvaneció y lo único que quedó era él devorándome con labios, dientes y lengua.
Nunca he podido quejarme de que Blake no se tomara su tiempo conmigo, ni siquiera durante nuestros encuentros en el congreso que solían consistir en una contrarreloj, sin embargo, ese día había algo distinto en él. En aquellas ocasiones, la atención que me dedicaba consistía en una especie de juego para él. O al menos esa era la impresión que me había causado. Le encantaba tentarme, hacerme sufrir, provocarme hasta volverme loca... Cualquier cosa con tal de arrancarme una reacción y confirmar el poder que tenía sobre mí. En esta ocasión era diferente. Lejos de ser una diversión, aquello solo podía definirse como voracidad y pura desesperación. Me aferré a sus hombros. Mis gemidos traicionaban el placer que me regalaba, explorándome milímetro a milímetro, sin dejar ni uno solo por descubrir o saborear.
Con cada gemido, mi orgasmo se iba acercando más y más. Apenas podía mantener el equilibrio mientras me apretaba contra su boca. Solo existían Blake, su lengua y sus dedos cuando el éxtasis explosionó como una supernova y barrió a través de mí.
Intenté alejarme y escapar de la sobrecarga de sensaciones, pero Blake me mantuvo quieta y me obligó a rendirme a una segunda ola de placer, y después a la siguiente.
Para cuando se levantó y me situó de rodillas sobre la mecedora, apenas podía soportar mi propio peso y mucho menos pensar. Me dejé caer contra el respaldo de cuero en tanto que él se situaba detrás de mí con aquella parsimoniosa calma que comenzaba a ponerme de los nervios.
Le eché un vistazo impaciente por encima del hombro. Gotas de sudor resbalaban por mi frente y mis manos temblaban, y no era la única a la que le ocurría, pero Blake estaba tan enajenado en su maniobra de echar mis caderas hacia atrás y separarme las nalgas que dudosamente se percató de ello. La penetración fue exquisita y exasperantemente lenta. Cerré los ojos, concentrándome en cómo su hinchado glande se deslizaba dentro de mí, ensanchándome a medida que se abría paso en mi interior y ocupaba su sitio. Lo hizo con tanta dulzura y...
¡Ufff! El aire de mis pulmones salió escopetado ante la repentina embestida con la que terminó por hundirse completamente dentro de mí.
Blake se retiró con suavidad y repitió el proceso. Despacio y tierno al principio, poderoso y decidido en su arremetida final. Aún sensible debido a mis orgasmos previos, me rendí, entregándome indefensa al primitivo ritmo. Sus empujes me lanzaron hacia un nuevo estallido de placer que me hizo gritar su nombre una y otra vez, hasta que su rugido superó mis descontrolados jadeos y Blake terminó por desplomarse sobre mi espalda.
Mi corazón latía a un compás tan frenético que pensé que acabaría por salirse de mi pecho. Con un suspiro, Blake apoyó la frente en mi hombro y me dio un beso que me transmitió una sensación de cálido placer. Después de deshacerse del preservativo y tirarlo a la papelera me sentó sobre su regazo.
—Me encantan tus pechos... Siempre he soñado con una mujer que los tuviera así... Son tan llenos, tan redondos... Ni siquiera caben en mis manos…
Gemí, aunque la tierna succión que ejercía sobre mis pezones me mantenía flotando entre las nubes. ¿Cómo era posible que siguiera con ganas después de la sesión que acabábamos de tener? Yo apenas podía mantenerme sentada y él, sin embargo, tenía la cabeza enterrada entre mis pechos.
—Tus areolas son tan grandes y rojas. ¡Joder! Me pasaría el día chupándote las tetas si pudiera.
—Blake... ¡Blake!
—¿Qué? —Parpadeó confundido.
—Cualquiera diría que nunca las habías visto antes. —Me reí, sin recordar qué era lo que iba a decirle antes de eso.
Una expresión indescifrable pasó por el rostro de Blake. Se pasó la mano por los ojos y se recostó en el respaldo.
—Son las siete y media. Casi la hora de la cena. ¿Cuándo fue la última vez que comiste algo?
Mi estómago respondió por mí, como si no confiara en que fuera a confesarle la verdad. Blake y yo intercambiamos una mirada y terminamos por romper a reír al unísono.
—Creo que acabas de recibir tu contestación. —Sonreí abochornada—. Aunque me gustaría asearme primero un poco.
—Muy bien, princesa, creo que es hora de que tu príncipe cuide de ti y te alimente. — Blake me hizo un guiño.
—¿Mi príncipe? —Mi corazón dio un respingo feliz.
—¿No quieres que sea tuyo? —preguntó con una sonrisa juguetona, aunque no se me escapó el modo en el que escaneó mi cara en busca de una respuesta.
—Te he echado de menos. No te imaginas cuánto —le confesé, concentrando todos mis sentimientos en el beso que le di.
—Vamos a buscarte algo de comer. No es el momento de hablar sobre cuánto crees que me has echado de menos, pero te prometo que, antes de que finalicen estas semanas, habrás descubierto que no querrás dejarme —me aseguró con un tono misterioso.
* * * * *
—Llegáis pronto, los demás aún no han venido. —María Fernanda, el ama de llaves, nos recibió en la cocina con una cálida sonrisa.
Era ella quien me había recibido a mi llegada y me bastó un vistazo a su rostro para reconocer que se trataba de un cacho de pan y que me llevaría de maravilla con ella. Viéndola interactuar con Blake esa impresión se acentuó. La mujer no dudó en propinarle un manotazo cuando él trató de mirar qué había escondido en una cesta cubierta por un paño de cocina blanco.
—Manos fuera. El postre no se toca hasta después de la cena.
Blake alzó ambas manos.
—¿Podemos empezar a picar algo antes de que lleguen los demás? A nuestra invitada está a punto de darle un flato de lo famélica que está.
—¡No seas tan exagerado! Puedo esperar perfectamente —me defendí.
—¡Pamplinas! —María Fernanda nos empujó hacia la mesa—. A los demás no les importará que os adelante algo. Además, así os tengo un ratito a solas para mí.
—Pues con ella te convendría tener cuidado, María Fernanda. Karla es de España y con ella no podrás disimular esos tacos que sueltas cada dos por tres.
—Pero ¿qué dices, mequetrefe? Yo no digo ese tipo de palabras.
—Sí que lo haces, conozco más tacos en español que en inglés —la retó Blake, cosechándose una mirada asesina por parte de la mujer.
—¿De qué parte de España eres? —preguntó el ama de llaves colocando un mantel sobre la mesa.
—De Sevilla.
—Ah, del sur. Mi Juan, que en paz descanse, y yo, estuvimos allí de vacaciones. Nos alojamos en Granada, pero hicimos algunas excursiones de esas organizadas a otras ciudades y también pasamos por Sevilla. Es preciosa. Algún día quiero volver a visitarla con mi hermana. —María Fernanda dejó algunos platos sobre la mesa.
—Gracias, Blake. —Le sonreí y acepté que me ayudara con la silla mientras mi mirada vagaba sobre el exquisito queso, el maíz y la variedad de salchichas que María Fernanda nos había puesto delante.
—¿Blake? —La mujer se detuvo a mitad de camino al hornillo y lo miró por encima del hombro con las cejas levantadas.
Tuve la incómoda sensación de que acababa de meter la pata. ¿Esperaba el ama de llaves que le llamara señor? No terminaba de comprenderlo. ¿Era algún tipo de diferencia cultural? Me constaba que en Latinoamérica solía usarse el usted antes que el tuteo, pero dudaba mucho que, por muy formales que fuesen, llamaran a sus amantes «señor» o «señora». ¡Y Blake era mi amante! Aunque claro, tampoco era algo que iba a explicarle a la mujer. Ya era mayorcita, podía imaginárselo por su cuenta. Mi perplejidad aumentó al notar el ligero rubor en las mejillas de Blake. ¿Qué estaba pasando?
—María Fernanda, acabo de caer en la cuenta de que Karla debe estar sintiendo los efectos del desfase horario. Un viaje tan largo resulta agotador. A lo mejor deberíamos permitirle descansar y dejar las presentaciones para mañana. No es fácil enfrentarse a nuestro bullicio diario si no estás acostumbrado —comentó Blake al ama de llaves con una mirada penetrante. Fruncí el ceño. Cada vez entendía menos. Se giró hacia mí—. He pensado que quizá prefieras un poco más de intimidad por ser hoy tu primer día aquí. —Su voz se tornó baja y sugestiva—. Podríamos cenar tú y yo solos en la biblioteca, frente a la chimenea. ¿Te apetece?
El resoplido del ama de llaves me hizo vacilar, pero apenas me duró unos segundos. Tuviera la mujer los motivos que tuviera, por nada del mundo pensaba desaprovechar la oportunidad de compartir una cena romántica con él ¡y frente a la chimenea!
—Sí, estaría genial. Estoy... Muy, muy cansada. Exhausta —añadí por si no había quedado lo suficientemente claro—. Y me vendría bien irme a la cama temprano —mentí sin muchos remordimientos.
La expresión de María Fernanda cambió de inmediato a una de simpatía.
—¡Por supuesto, querida! Es normal después de un viaje tan largo. Adelántate con ella a la biblioteca. Os llevaré la comida con la bandeja… señor Blake —terminó con una mirada acusadora en su dirección.
—Sí... Bien... ¿Nos vamos? —Blake se rascó la nuca como si fuera un niño al que acabaran de reñir.
Deseosa de escapar de aquella extraña situación, lo seguí hasta el pasillo.
—¿Por qué estás frunciendo el ceño? —me preguntó de súbito.
—¿Se supone que debo llamarte «señor» delante de los demás? —Lo miré de reojo y me froté los brazos.
—¡Claro que no! ¿De dónde has sacado semejante idea?
—Es por tu ama de llaves. Ha actuado un poco rara cuando te he llamado por tu nombre.
—Ah... Eso... —Blake apartó la mirada y se metió las manos en los bolsillos—. Ya verás como mañana cambia todo. —Encogió los hombros, aunque no pude dejar de preguntarme por qué actuaba de un modo tan extraño.

UNA NAVIDAD
DESASTROSA
No hay mal que por bien no venga, o eso dicen. Enamorarme de Blake fue un error. Seguirle hasta su rancho en Tennessee mi segundo error. Aceptar su apuesta el tercero. Claro que aquello no fue lo peor, sino la forma en que salté de desastre en desastre sin siquiera darme cuenta.
¿Crees que eres más lista que yo? Buena suerte. Deja que te dé unas pequeñas advertencias: abre bien los ojos, protege tu corazón y no olvides que el 24 de diciembre se te acaba el plazo para…
¿En serio esperas que te cuente eso sin abrir el libro?