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Cuando su abuelo trata de presionarlos hacia un compromiso, tanto Gema como Brian Riley lo tienen claro y responden con un NO rotundo.

¿Qué mujer cuerda querría casarse con el playboy más cotizado de Nueva York y pasarse el día espantando a mujeres babosas de su camino?

¿Y por qué iba a renunciar un mujeriego a su existencia de placer y libertad para atarse a una chica que no es siquiera su tipo?

Ni la vida, ni las respuestas suelen ser sencillas, pero hay una regla que nunca deberíamos olvidar: ¡lee siempre la letra pequeña!

 

Advertencia: escenas eróticas que harán subir la temperatura a más de uno.

PLAYBOY X CONTRATO

LEER:

Playboy X Contrato

Género: Romance Contemporáneo
 

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CAPÍTULO II

«¿Habitación azul?». Gema frenó bruscamente en el umbral, registrando sin pestañear la amplia sala de

estar privada en cuya pared colgaba un Monet. Porque eso era una pintura de Monet, ¿verdad?


No estaba muy segura de si le impresionaba más la amplia cristalera, que se abría a una terraza con

vistas a Manhattan, o el dormitorio de ensueño en tonos azules y plateados, que se veía a través de la

doble puerta corredera a su derecha.


La señora Malroy se paró en el centro del saloncito al percibir que Gema había dejado de seguirla. Sus

ojos chispearon divertidos al advertir el shock de Gema.


—Le confundió la palabra habitación, ¿verdad? —Las patas de gallo de la señora Malroy se acentuaron

con el suave carcajeo—. Suele pasar. El señor Azaña tiene su propia forma de dimensionar el mundo.

¿Desea que le sirva un tentempié en la terraza?


 —Sí. No. Vaya, yo… —Gema finalmente dio un paso dentro de la suite, admirando fascinada su

alrededor—. Solo estas dos habitaciones son más grandes que el piso en el que vivía con mi madre

—exclamó al fin, echándole una ojeada mortificada a la señora Malroy cuando cayó en la cuenta de

lo que había dicho en voz alta—. Lo siento, no estoy acostumbrada a todo este… —Se mordió los

labios mientras movía las manos en el aire intentando abarcar toda la estancia. Probablemente,

a aquella mujer ni siquiera le importaba lo que pensaba.


—El señor le ha elegido una de las suites más hermosas que hay en esta planta. Tiene unas vistas inigualables sobre la ciudad. Aunque estuviera acostumbrada al lujo, dudo mucho que no hubiera quedado gratamente impresionada. —La mujer le dedicó un guiño con aire de complicidad—. Avisaré a Kelly para que se ocupe de su ropa y le traiga algo para picar. Si desea cualquier cosa, puede marcar la extensión 022.


—Todavía tengo mis cosas en consigna.


—Kelly se las traerá. Entre tanto, puede asearse si lo desea, el cuarto de baño dispone de todo lo necesario y hay un albornoz del hotel colgado detrás de la puerta.


A Gema le entraron ganas de correr a abrazar a la señora Malroy ante la idea de deshacerse de todas las prendas mojadas y no tener que bajar de nuevo hasta la recepción tal y como estaba. «¡Dios! Aunque tenga que pasearme en cueros es preferible a seguir oliendo a pis de perro».


—Gracias, eso haré.

Cuando Gema salió media hora después del baño, en albornoz y con el pelo envuelto en una toalla, volvía a sentirse humana de nuevo. Parecía como si Kelly ya hubiera estado allí. Al lado del sofá se encontraba su mochila y en la mesa auxiliar, una bandeja con aperitivos.


Gema se sirvió un vaso de té helado, uvas y un trocito de queso. Gimió de placer cuando el refrescante líquido resbaló por su garganta. No había comido ni bebido nada desde que bajó del avión, y de eso ya habían pasado unas cuantas horas. Dándole pequeños mordiscos al queso fue a buscar su móvil. En cuanto lo encendió y comprobó que había conexión wifi respiró aliviada.
 

Aunque no se llevara demasiado bien con su tía, era una cuestión de educación hacerle saber que había llegado sana y salva a su destino. Además, poder llamarla a través de WhatsApp le iba a ahorrar un buen dinero. Eso sí, primero tenía que conseguir la contraseña para entrar. ¿Era mejor preguntarle a la señora Malroy en el número que le había dicho o bajar a recepción? Gema se mordió los labios. ¿Y si el hotel cobraba por ese tipo de servicios? No lo creía, pero le resultaba menos vergonzoso preguntarlo en recepción que meter en un compromiso a la amable mujer.


También le había prometido a Pedro que lo llamaría nada más llegar. La última vez que había hablado con él había sido antes de su embarque en Madrid y de eso habían pasado más de once horas. Calculó mentalmente la diferencia horaria e intuyó predijo que Pedro estaría durmiendo. Hoy le tocaba guardia de bombero. Suspiró. Era mejor esperar un poco más. Su madre sí era posible… «Mamá está muerta», se recordó a sí misma, dejándose caer sobre la cama y encogiéndose hasta hacerse un ovillo.

 

«Ojalá estuvieras aquí conmigo, mamá».


Aún le costaba trabajo aceptar que su madre ya no estaba para darle ánimos y escucharla cuando la necesitaba. Se limpió una lágrima que resbalaba por su mejilla. Ella, mejor que nadie, sabía que su madre se encontraba mejor descansando en paz que sufriendo, pero no por eso se sentía menos sola.


«Pedro, no sabes lo que daría porque estuvieras aquí conmigo». Ya lo echaba de menos y eso que apenas había pasado un día desde que se despidieron en la estación de Santa Justa. Quizás debería haberse quedado en Sevilla con él. Pedro tenía razón después de todo, ella no había viajado nunca sola ni tan siquiera para ir a la playa que se encontraba a una hora, ¿qué pintaba ahora en Nueva York? Por mucho que trataba de recordar ahora sus sueños y metas, lo único que quería era esconderse entre los brazos de Pedro. Ni siquiera le importaba que él le echara en cara el consabido «¡Ya te lo dije!», o la pelea que habían tenido para que no se marchara. Quería que él la abrazara y la hiciera sentirse protegida. Todo sería perfecto cuando ella encontrara un trabajo y pudieran irse a vivir juntos. El piso lo aportaba ella, herencia de su madre, tan solo les faltaba dinero para que sus planes se hicieran realidad.

A las seis y media, Gema se apresuraba por los pasillos para ir a recepción. Tenía que darse prisa si quería llamar a su tía antes de la cena, se había quedado dormida y se le había hecho más tarde de la cuenta. Mientras trataba de recordar el camino por el que había venido, dio gracias porque el único que se acostara temprano ahora en verano era su tío. Sus primas probablemente ni siquiera estarían en casa, y su tía rara vez se acostaba antes de las dos. De todos modos, si conseguía la contraseña le mandaría solo un mensaje por ahora. Prefería hablar con Pedro y llamar a su tía mañana con más tranquilidad.


Fue el sonido de voces airadas lo que hizo que ralentizase sus pasos. Venían de la dirección a la que se dirigía y le llegaban cada vez con mayor nitidez.


—¿Has perdido la cabeza? ¡No pienso participar en esta charada! —El tono profundo y masculino estaba teñido de furia y exasperación.


¿Ese no era el guaperas del ascensor? A pesar del enfado, ahora, sin verlo, sonaba mucho más sexy.


—Eres libre de hacerlo. La caída de las acciones y el daño en la imagen pública de la empresa te afectarán tanto a ti como al resto de la familia. Es tu oportunidad de matar dos pájaros de un tiro. Con la boda, además de evitar todo eso, cumplirás con el trato al que llegamos el año pasado, que era, por si lo has olvidado, casarte dentro de los siguientes doce meses. El plazo acaba dentro de dos semanas. Charles está preparando los documentos para la firma. De ti depende el futuro de A. Z. Corporation.


Para ser un hombre que rondaba los noventa, su abuelo era alguien que desde luego sabía cómo hacer una advertencia. Gema tragó saliva, agradecida de no ser la persona que estaba con él en el despacho.


—¡Si tengo que casarme con alguien lo haré con Helen, no con la primera cazafortunas desconocida que se ha cruzado en tu camino y te ha caído en gracia!


—Has tenido un año para convencerla, ¿no crees que a estas alturas ha quedado claro que Helen tiene cosas mejores que hacer que sentar la cabeza y formar una familia? —contestó el viejo, burlón.


A Gema casi se le desencajó la mandíbula. ¿El guaperas tenía a una chica que se resistía a sus encantos?


—Helen está en el mejor momento de su carrera, es lógico que no quiera renunciar a eso para casarse.


—Por supuesto que es lógico, aunque no me parece nada sensato que quieras conformarte con una mujer que te relega a un segundo plano. Tampoco me parece normal que no hayas sido capaz de convencerla con ningún acuerdo sobre los términos de un ventajoso matrimonio, siendo como eres, un hombre de negocios.


—Lo que hayamos hablado Helen y yo no es asunto tuyo —masculló el guaperas.


Gema estaba totalmente de acuerdo con él, aunque por la forma en la que el viejo hablaba de esa tal Helen, parecía pensar que la relación entre el guaperas y la mujer no era la ideal. ¿Qué habría hecho ella si el hombre de su vida le pidiera casarse en la cima de su carrera profesional? Su parte romántica le decía que daría el sí quiero y seguiría trabajando. ¿Por qué tendría que renunciar a cualquiera de las dos? De todos modos, suponía que todo dependía de las circunstancias.


—Eso es cierto —contestó el viejo con frialdad—. Lo que a mí me importa es que llegamos al acuerdo de que acabarías con tu vida de mujeriego, además de que sentarías la cabeza por el bien de la empresa y de la familia. El plazo ha acabado y tú no has cumplido con tu parte del trato.


Al acercarse al despacho, Gema aligeró el paso. Se sentía culpable por oír una conversación que a todas luces no iba destinada a sus oídos. «Podían haber cerrado la puerta en vez de dejarla entreabierta».


—¡Maldito viejo testarudo!


—Di lo que quieras, la imagen de nuestra empresa quedará en entredicho si no prevenimos el escándalo que está a punto de ocurrir. De ti depende el aceptarlo o no.


—¿Y pretendes que acceda a tus planes sin siquiera contarme de qué va todo esto?


—Podrías confiar un poco en mi buen juicio para variar —contestó el viejo con sequedad.


—Una cosa es que confíe en ti y otra muy diferente es dejar que manejes mi vida sin contarme de qué va todo esto.
—Está bien, tienes razón. Hace un par de semanas…


Aún sabiendo que estaba mal, Gema no pudo evitar meter el oído.


—¡Cuidado! —gritó Kelly desde la otra punta del pasillo corriendo en su dirección.


Gema chilló sobresaltada cuando una bola oscura se cruzó entre sus piernas haciéndola perder el equilibrio. La puerta del despacho se abrió de golpe y alguien la cogió en el aire, atrayéndola a la protección de unos fuertes brazos, antes de que pudiera caer de espaldas contra el suelo. Gema se agarró por puro instinto de supervivencia al torso masculino.


En cuestión de segundos, como si de una cámara lenta se tratara, se percató de cuatro cosas al mismo tiempo: del sensual olor varonil, compuesto por una mezcla de notas amaderadas y a la vez dulces que se le subían a la cabeza; de la firmeza de los músculos bajo sus palmas; del áspero roce de una barbilla sin afeitar; y de una extraña corriente eléctrica que se extendió en forma de calor y como un tsunami, desde las palmas de las manos al resto de su cuerpo, dejándola paralizada y sin aire.


—Yo… lo siento mucho. El perro de la señora Davis se nos escapó cuando tratamos de cogerlo —balbuceó Kelly prácticamente sin aire al llegar a su lado.


—Está bien, Kelly, mientras esté en esta planta no le ocurrirá nada, aunque prefiero tenerlo bajo control. Esa mujer es capaz de demandar al hotel y armar un revuelo si algo le sucede a ese animal —la tranquilizó el abuelo.


Cuando Gema alzó el rostro hacia el guaperas, apenas tuvo la oportunidad de captar el desconcierto en el atractivo rostro masculino antes de que la mezcla de rabia y desprecio lo sustituyeran. El guaperas murmuró una maldición y la soltó como si quemara.
—Luego hablaremos —le advirtió el guaperas al abuelo antes de marcharse sin más.


—Yo… eh… voy a buscar al perro —se disculpó Kelly apresurada, marchándose en dirección opuesta a la del guaperas.
Gema intentó sonreírle a la chica, pero sus ojos seguían hipnotizados cómo el guaperas se alejaba con elegancia felina por el pasillo. Fue el carraspeo del viejo lo que la hizo regresar a la realidad, dándose cuenta de que había estado admirando la forma en que el traje de chaqueta se adaptaba a los anchos hombros.

 

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