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Cuando su abuelo trata de presionarlos hacia un compromiso, tanto Gema como Brian Riley lo tienen claro y responden con un NO rotundo.
¿Qué mujer cuerda querría casarse con el playboy más cotizado de Nueva York y pasarse el día espantando a mujeres babosas de su camino?
¿Y por qué iba a renunciar un mujeriego a su existencia de placer y libertad para atarse a una chica que no es siquiera su tipo?
Ni la vida, ni las respuestas suelen ser sencillas, pero hay una regla que nunca deberíamos olvidar: ¡lee siempre la letra pequeña!
Advertencia: escenas eróticas que harán subir la temperatura a más de uno.
PLAYBOY X CONTRATO
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Playboy X Contrato
Género: Romance Contemporáneo
CAPÍTULO III
El ascensor abrió las puertas en el piso veintiséis a un colosal recibidor, decorado en blancos y dorados,
que chillaba «¡Lujo!» a gritos. Gema siguió a sus acompañantes en silencio hasta una puerta con
cámaras y acceso de seguridad, en la que Kelly insertó una tarjeta. No fue difícil adivinar que se
encontraban en dependencias privadas separadas del resto del hotel.
Gema inspiró con fuerza, tratando de mantener el ardor de sus ojos a raya. La tela mojada de los
vaqueros se había enfriado y ahora se le pegaba de forma desagradable a la espinilla, mientras que las
deportivas rechinaban. Probablemente, hasta dejaba una ligera huella húmeda tras ella, pero a Gema no
le quedaban energías suficientes para comprobarlo, porque sabía que se pondría a llorar si sus
suposiciones eran ciertas. No estaba segura de si solo eran imaginaciones suyas, pero podía oler el pis.
Rezó para que nadie más que ella lo notara.
Seguir a María José, que parecía querer comerse el mundo por la forma decidida en que resonaban los
taconazos sobre el suelo de mármol, la hacía sentir pequeña y desgraciada. Que Kelly no parara de
sonreirle con lástima no ayudaba a mejorar su situación. ¿Podían ir las cosas aún peor?
Sus vísceras parecieron encogerse formando un nudo. Aparentaba justo lo que no quería ser: la
pariente pobre y paleta que venía a mendigar ayuda al abuelo rico. Iba a ser un milagro si el hombre
nada más verla no la inspeccionaba de arriba abajo y le pedía que se largara, o puede que incluso le
ofreciera dinero a cambio de que lo dejara tranquilo.
Gema apretó los dientes. Si algo le quedaba era su orgullo y su dignidad, aunque no tenía muy claro
cuál de ellos sobreviviría al salir hoy de allí. De momento, de lo único que tenía ganas era de encontrar
un hueco oscuro en el que esconderse y desahogar sus penas.
Después de atravesar una galería con espectaculares vistas sobre Manhattan, se detuvieron frente a una pesada puerta de roble labrado.
—¡Adelante! —Se oyó una voz enérgica, algo áspera por la edad, cuando Kelly llamó.
La chica les cedió el paso. Gema siguió a María José al interior del imponente despacho decorado con valiosos muebles de caoba y con lo que Gema sospechaba eran obras de arte genuinas. Su respiración se paralizó al ver la figura inmóvil delante del amplio ventanal, con los hombros ligeramente caídos hacia delante y las manos cruzadas a la espalda.
—Señor, la señorita Hernández y la señorita Fuentes se encuentran aquí —anunció Kelly tras un ligero carraspeo.
—Gracias, Kelly, te agradecería que le des a la señorita Hernández la carpeta que hay sobre el escritorio y que la acompañes hasta la salida —pidió el viejo sin girarse.
—Creo que aquí hay una confusión, señor Azaña. Yo no voy a…
Gema se encogió ante la furia apenas contenida en la voz de María José. El viejo cuadró los hombros y se giró.
—Creo que ya ha quedado absolutamente claro cuáles son los términos de nuestro acuerdo, señorita Hernández. Mi abogado contactará con su gabinete hoy mismo para cerrar este asunto y satisfacer sus honorarios. Sus servicios ya no son necesarios —replicó el viejo con un tono tan frío y cortante que invitaba a salir corriendo.
—Ella… —María José no parecía estar dispuesta a dejarse amedrentar por el viejo.
—Ella ya no la necesita, seré yo quien se encargue a partir de este momento de la situación. Claro que, si lo prefiere, podemos hacer una llamada a Stuart para que se lo confirme, señorita Hernández. Iba a llamarlo luego para quedar a jugar al golf mañana por la mañana, pero no me importa hacerlo ahora y pasarle el teléfono para que usted pueda hablar directamente con su jefe si así lo desea.
La abogada palideció tanto que Gema temió que fuera a desmayarse. ¿Su abuelo acababa de amenazar a María José con llamar a su jefe? Por la forma en la que el viejo mantenía la vista fija sobre ella, no parecía tenerle mucho aprecio. ¿Qué había pasado durante la charla privada que habían mantenido para que él actuara de una forma tan desagradable? ¿Y qué demonios pintaba el jefe de María José en todo esto? ¿Tan mal le había sentado a su abuelo que lo hubiera encontrado y que la hubiera traído a ella ante él? Gema había pensado que el viejo ya sabía de su existencia y que por eso se había ofrecido a ayudarla. Si no era así… ¿quién le había pagado el billete de avión? ¿María José? Dudaba mucho que lo hubiera hecho su tía. Aunque pensándolo bien, el viejo había dicho algo sobre los honorarios de María José, ¿había estado trabajando la abogada para él y descubierto por casualidad su relación con ella? La estaba despidiendo por usar información profesional y confidencial para ayudarla. «¡Dios, espero que no la haya despedido por mi culpa!».
—María José, ¿qué ocurre? —preguntó Gema sin poder aguantar la tensión de no saber qué pasaba.
María José le arrancó a Kelly la carpeta de las manos y le ofreció una tarjeta de visita a Gema.
—Cualquier cosa que necesites, llámame. Estaré más que encantada de llevar el caso si decides denunciarle.
«¿Denunciarle?». Gema leyó confundida el nombre en letras doradas de la tarjetita que tenía en las manos. Cada vez entendía menos.
La puerta se cerró con un portazo, dando paso a un tenso silencio. Gema guardó la tarjeta y escondió las manos sudorosas en los bolsillos de los vaqueros. La situación resultaba cada vez más confusa. ¿A qué se había referido el viejo al decir que ella ya no necesitaría a María José? ¿Y por qué pensaba la abogada que iba a denunciarlo? Las preguntas se agolpaban en su mente, pero no se atrevió a ponerles voz. Estaba ahí por María José, porque ella la había llamado diciéndole que su abuelo se había ofrecido a conseguirle unas prácticas y dándole a entender que su alojamiento y sus gastos estaban cubiertos. Había cometido una locura al confiar en una desconocida. Ahora, de repente, Gema ya no tenía tan claro que el viejo fuera a ayudarla. ¿Qué iba a hacer si no conseguía ni las prácticas ni un lugar dónde dormir?
Observó la silueta masculina al trasluz de la ventana. A pesar de su edad, que debía de rondar los ochenta y tantos, parecía conservarse bien. Debía de haber sido un hombre fuerte en su juventud a deducir por los anchos hombros y la postura enérgica que aún mantenía.
Gema echó un vistazo a su alrededor intentando calmar el temblor interior que amenazaba con delatarla. Su mirada se detuvo en el óleo colgado sobre la chimenea. La dama que le sonreía desde allí con calidez y elegancia era indudablemente guapa, no en el sentido de belleza perfecta e intocable, sino la hermosura de una mujer madura cuya beldad se ve exaltada por la alegría de la vida y el amor. Lo que más le llamó la atención a Gema, sin embargo, fue el increíble parecido con su abuela: los enormes ojos verdosos, el pelo rubio ceniza, el contorno algo cuadrado del rostro, que se veía suavizado por la pequeña barbilla… ¿Sería aquella su esposa? Si lo era, entonces resultaba evidente cuál había sido el papel de su abuela en la vida de un soldado americano en la base aérea de Morón durante la época franquista.
En el fondo, suponía que no podía reprocharle al hombre que, en una época llena de tensión e incertidumbres, buscara consuelo en los brazos de una mujer. Una compañía que, por otro lado, no tuvo que resultarle demasiado difícil de obtener, cuando los soldados yanquis eran de los pocos que disponían de dinero y alimentos en abundancia en la España de aquellos tiempos. Al menos eso era lo que había conseguido entresacar de las historias de su abuela.
Con amargura, Gema observó las fotos que se amontonaban sobre la repisa de la chimenea. Por lo que podía deducir de ellas, la relación de su abuelo con su otra familia parecía haber sido muy distinta. Le costaba trabajo comprender cómo un hombre podía olvidarse con tanta facilidad de una hija y, sin embargo, aparentar ser un perfecto padre de familia ante el resto del mundo. Una de las imágenes le llamó la atención. ¿No era ese el guaperas del ascensor?
—Tu nombre es Gema, ¿cierto? —El viejo se había vuelto hacia ella y ahora los profundos ojos azules, tan parecidos a los de su madre, la estudiaban con atención.
Gema asintió algo recelosa. ¿Era este el momento en el que iba a comunicarle que no quería saber nada de ella?
—¿Cuántos años tienes?
—Treinta y uno.
—¿Qué te ha pasado en la pierna? —El viejo estudió la mancha de humedad con el ceño fruncido.
—Yo… eh… un accidente. —Gema respiró aliviada cuando el viejo cabeceó, pero pareció no darle mayor importancia.
¿Cómo de humillante sería confesarle que un perro se le había meado encima?
—Tu abogada me ha comunicado la muerte de tu madre… Lo siento mucho.
—Gracias. —El viejo no respondió, pero Gema creyó atisbar un brillo sospechoso en sus ojos. ¿Los había tenido ligeramente enrojecidos?, ¿o había sido solo producto de su imaginación?—. Yo… —Gema tragó saliva. No tenía ni idea de cómo plantearlo, pero necesitaba saber de una vez qué iba a pasar con ella—. María José me aseguró que estaba dispuesto a darme una oportunidad en un trabajo de prácticas.
—¿Un trabajo de prácticas? —El viejo la miró sorprendido.
—Sí, es por lo que estoy aquí. Necesito las prácticas para mi carrera de Turismo. No habrá pensado que he venido hasta aquí para pedirle dinero, ¿verdad?
«Bueno, pues que haga lo que quiera, pero yo al menos se lo he dejado claro». Se sentía bien quitarse esa espinita de en medio, aunque lo haría aún más si el viejo le confirmara que le iba a dar las dichosas prácticas. «¿Por qué me mira ahora como si me hubieran crecido tres cabezas? ¿Es otro más de los que creen que soy demasiado vieja para terminar una carrera universitaria?».
Cuando el viejo abrió la boca para hablar, Gema se preparó mentalmente para aguantar uno de esos estúpidos interrogatorios sobre los motivos para estudiar a su edad. ¿Tan difícil era comprender que no importaba la edad para cumplir un sueño?
Un leve golpeteo en la puerta interrumpió lo que el viejo iba a decir.
—¡Adelante!
—¿Señor Azaña? —El hombre que entró ojeó incómodo a Gema.
—¿Qué ocurre, James?
—Señor, ha surgido un pequeño inconveniente que requiere su atención —informó dirigiéndole una mirada penetrante al viejo.
—¿Aún no ha llegado mi nieto? Se lo puede comentar a él —le indicó el viejo a James.
—Ha sido decisión del señor Riley que le avisemos.
Gema parpadeó. ¿Señor Riley? ¿El mismo señor Riley, alias «guaperas del ascensor», era su nieto? «¿Mi primo?».
—¿Qué ha pasado? —indagó el viejo frunciendo el ceño.
—La señora Davis perdió el conocimiento en su habitación. El médico de urgencias decidió que sería mejor ingresarla —explicó James en tono bajo.
—¡Dios, lo que nos faltaba!
¿La señora del chucho meón? Gema no podía creerse lo pequeño que era el mundo. «Espero que no haya tenido nada que ver el incidente que tuvimos en el ascensor». Gema se mordió los labios. No es como si ella hubiera provocado esa situación. ¡Demonios, ese bicho le había meado encima! ¡Si aún tenía los dedos de los pies a remojo en el dichoso pis!, pero no le gustaba ser responsable de que a otra persona le ocurriera algo, ni aunque se lo mereciera. Acordándose de que el guaperas se había ido con ella a su habitación, Gema cruzó los dedos para que el achaque fuera por culpa de él. Después de todo, siempre era mejor desmayarse por amor o una… magnífica impresión, que por un disgusto. Intentó imaginarse los motivos por los que la pobre vieja pudo perder el conocimiento, pero acabó por fruncir la nariz.
«¡Ufff, no estoy preparada para imaginarme a esos dos juntos!».
—El señor Riley la ha acompañado en la ambulancia para ir directamente al hospital y nos ha pedido que le avisemos a usted, para que pueda comunicárselo a la familia —le informó James.
«Seguía con ella cuando se desmayó, de modo que tuvo que ser por su culpa».
El viejo asintió, fue a su escritorio y descolgó el teléfono para marcar tres números.
—¿Señora Malroy? Venga a mi despacho, por favor. —En cuanto colgó se dirigió a Gema—: ¿Has traído tus maletas?
—Están abajo en recepción. —Gema no se molestó en aclarar que nada más que traía una mochila.
De nuevo llamaron a la puerta, esta vez para dar paso a una mujer mayor, algo rolliza con aire de madraza.
—¿Sí, señor?
—Señora Malroy, le presento a la señorita Fuentes. Tiene su equipaje en recepción. Si es tan amable, prepárele la habitación azul y ocúpese de que le suban sus pertenencias. —El viejo sonó tranquilo, pero su despreocupada postura parecía más ensayada que real.
—Yo… —«¿Yo qué? ¿Me voy a un hostal de mala muerte a gastar el dinero que no tengo? ¡Dios, Gema, estás tonta!»—. Gracias.
—La cena es a las siete. Vestimos de manera formal. La Señora Malroy te indicará el camino al comedor —explicó el viejo, ignorando la indecisión de Gema.
—Si me permite, le mostraré su habitación —le indicó la mujer con una apenas perceptible nota de comprensión en su tono.
Gema tardó unos segundos en reaccionar, pero acabó capitulando y siguió a la mujer. Ya estaba aquí, esas prácticas eran importantes para ella y, aunque se podía permitir el lujo de ir a un albergue o un hostal por unos días, su dinero iba a durar más tiempo si se dejaba de remilgos y aceptaba la oferta de hospedarse allí. «Maldita sea, me podía haber conformado con hacer unas prácticas en algún hotelito de Málaga, pero no, tenía que ser más que nadie y venirme al otro lado del mundo a lanzarme a la aventura». Suspiró. Las diferencias entre hacer las prácticas para una multinacional en terreno americano, a realizarlas en cualquier otro hotel en España eran más que obvias. Con su edad, ya estaba en desventaja. Esta era una oportunidad única para distinguirse en su currículum con respecto a los cientos de estudiantes de Turismo que se licenciaban cada año. Una diferencia que le podía ayudar a conseguir un buen trabajo y darle la independencia económica que necesitaba.
Al seguir a la señora Malroy, se percató de que en todo este tiempo había tenido reparo de conocer y enfrentarse a su abuelo, pero nunca había tenido en cuenta la posibilidad de conocer también al resto de su familia. ¿Pensaba contarles que era su nieta ilegítima? ¿Cómo se lo tomarían?
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