
MUSO
a Tiempo Completo
¿Qué podría ocurrir si una escritora ermitaña se tropezase con el protagonista de sus novelas románticas?
¿Y si encima se fijara en ella?
Jul Nez. Julián... Ese es el nombre del cantante que suelo usar de protagonista para mis novelas. Además de multimillonario, exitoso y de tener una voz que derrite las brag... eh... corazones de sus fans de solo escucharlo, tiene un cuerpo para chuparse los dedos. Obvio, ¿no?
Pero en realidad no es por eso por lo que no puedo quitármelo de la cabeza. Es por su mirada, esa con la que consigue que, al otro lado del planeta, creas que eres la única mujer de su vida aunque no lo conozcas y esa otra, que intenta ocultar, en la que se transparenta su vulnerabilidad, su miedo a que el éxito lo devore.
Los hombres como él no se fijan en mujeres del montón como yo. Ser luchadora, responsable (casi siempre) y alguien que presume de vivir con los pies en la tierra y que reserva deja los tacones para esas fiestas a las que evita ir, no ayuda a competir con modelos que nacieron para llevar vestidos de alta costura y diamantes.
Las mujeres como yo somos invisibles, o lo somos hasta que alguien ve nuestra foto en la contraportada de un superventas o cuando nuestro seudónimo aparece en la lista del New York Times.
Supongo que debería haber previsto que, cuando dos personas, tan diferentes como Julián y yo, pasan juntas unas veinticuatro horas inolvidables, solo acaban liándola. Supongo que son el tipo de cosas que ocurren cuando las chicas con los pies en la tierra nos ponemos tacones y soñamos con ser algo que no somos.
Ahora ya no hay vuelta atrás. Es demasiado tarde para arrepentirse, aunque él aún no lo sabe.


MUSO
a Tiempo Completo
CAPITULO I
Tamara
—¿Se puede saber por qué te retuerces como si estuvieras sentada en el asiento de un faquir, en vez de en un Mercedes de camino a una fiesta? —bufó Lorraine, mi agente literaria, cuando por enésima vez me toqué los largos pendientes que me estaban haciendo daño en la oreja—. Vas a conseguir que me ponga de los nervios.
Podría haberle contestado que era porque acababa de ponerme los zapatos de tacón y ya me dolían los pies, o que el vestido, que ella me había elegido, tenía una raja tan larga que no tenía claro si a lo largo de la noche no iba a acabar enseñando hasta la fecha de mi nacimiento, sin mencionar el escote, por supuesto, al que le faltaba poco para llegarme al ombligo. Tenía bañadores que mostraban bastante menos que aquel elegante vestido de noche, y se me ocurrían muchos más motivos para estar incómoda, cuando lo que realmente me apetecía era recorrerme Los Ángeles en vaqueros y zapatillas deportivas en busca de nuevos escenarios para mi próximo proyecto.
—No tengo muy claro qué es lo que pinto en esa fiesta con tantas celebridades. —
Lorraine me miró de lado sin ocultar su incredulidad.
—¿Cómo que no entiendes lo que pintas ahí? ¡Hola! Tú eres la persona más importante de todas. Eres quien ha escrito la novela que va a llevarse a la pantalla. Los famosos no son más que los actores que van a interpretar tu historia.
—Pero...
—Pero nada. Además, no todos los que asisten son estrellas, es una fiesta para que los componentes del equipo se conozcan e interactúen un poco antes de iniciar el rodaje. Estarán desde los cámaras a las maquilladoras.
—¿Y para eso era necesario ir emperifollada? —me quejé malhumorada.
—No, lo es para las fotografías que se van a hacer y que serán usadas para el inicio de la campaña promocional. Y no, ni lo sueñes, no te escaquearás de aparecer en los reportajes. He venido personalmente para asegurarme de ello. —Su mirada fija prometía que no iba a perderme de vista hasta que me hiciera esas dichosas fotos junto a los famosos.
—Genial, ¿por qué no te has traído las esposas y el látigo? —mascullé irritada.
Comprendía que solo cumplía con su misión, por eso trabajaba con ella, porque era la mejor y porque mis obras jamás habrían llegado a la gran pantalla si no hubiera sido por ella, pero eso no hacía más llevadero pasar por las torturas a las que me sometía.
—¿Quién dice que no me los he traído? —Lorraine arqueó una de sus perfectamente delineadas cejas.
Sacudí la cabeza con una carcajada seca.
—Creo que eso daría para una bonita foto publicitaria —repliqué con sequedad—. Apuesto a que saldría en todas las revistas de chismorreos.
Mi agente rompió a reír.
—Por cierto, ¿te he mencionado ya que Stephen, el productor, me pidió de forma expresa que asistieras esta noche? ¿Qué pasó en esa cena que tuvisteis juntos en Madrid? Parece que lo impresionaste.
Fruncí el ceño.
—Pues, la verdad, solo hablamos de la película y de las posibilidades. Ya sabes…, decorados, efectos especiales y esas cosas. Estaba muy interesado en las imágenes que pasaron por mi cabeza cuando escribí los libros.
—Aja. —Me dirigió una de esas sonrisas condescendientes que revelaban que no se creía ni una sola palabra.
—¿A qué viene esa cara? ¿Qué es tan difícil de creer?
—Que Stephen es atractivo, poderoso en la industria del cine y tiene dinero. No puedes tratar de contarme que no te resulta ni lo más mínimamente atrayente.
Fruncí el ceño. ¿En serio me consideraba la clase de persona que solo se relaciona con los demás por el dinero o la posición que tienen?
—No he dicho que no me fijara en él. Es inteligente y me gusta la creatividad y los conocimientos con los que afronta los problemas —respondí sin entrar en polémicas.
—¿Y?
—Y nada. No me acuesto con un hombre en la primera cita si es eso lo que tratas de sonsacarme.
—Pues deja que te diga que es una lástima. Te daría para escribir mucho más si no fueras tan estricta con los hombres que dejas entrar en tu cama.
—No necesito acostarme con tropecientos hombres para usar mi imaginación —espeté con sequedad.
¿Por qué todo el mundo deducía que una escritora de romántica practica todas las escenas eróticas que describe, pero nadie espera de un escritor de thrillers que sea un asesino en serie?
—¿Y tampoco habéis mantenido el contacto desde entonces?
Gemí para mis adentros cuando un bochornoso calor me inundó las mejillas.
—¿Ahora en vez de agente literaria te has vuelto agente de contactos? —cambié de tema copiando su mismo tono de voz sospechoso.
—¿Quién sabe? Lo elemental es ganar dinero, no cómo se haga. Siempre estoy dispuesta a probar nuevas opciones —afirmó sin inmutarse, antes de abrir la puerta del coche.
En cuanto puse un pie en el suelo y alcé la cabeza me paralicé y me entraron ganas de volver a esconderme en el asiento trasero del Mercedes. La afirmación de Lorraine al decir que Stephen tenía dinero se había quedado corta. Dinero tenía el dueño de la compañía de autobuses de mi pueblo, o la dueña de la única clínica dental privada, o el gerente de la cooperativa que, además de su chalet en la playa y la casa del pueblo, tenía varios pisos en Madrid. Lo de Stephen estaba a otro nivel. Stephen no tenía dinero, tenía que poseer millones para poder permitirse una mansión como aquella y todo el mantenimiento que debía de suponer.
—¿Qué? ¿Qué haces ahí parada con la mandíbula descolgada? —El brillo divertido en los ojos de Lorraine desmintió su tono exigente—. ¡Vamos!
—Esto no era de lo que hablamos al venir aquí. —Rechiné los dientes al reparar en la cantidad de gente que atisbé a través de las puertas abiertas y los dos guardas de seguridad, que auguraban que iba a encontrarme con bastantes más personas una vez que pasara por su lado.
—Ve acostumbrándote. Si las películas funcionan como sé que van a funcionar, vas a tener que asistir a muchas más celebraciones y eventos como estos. Y ¿quién sabe? A lo mejor le coges incluso el gusto.
Resoplé. También era posible que los peces algún día hicieran nidos en los árboles. No tuve tiempo de compartir con ella lo que pensaba al respecto. En cuanto subimos el último escalón y nos acercamos a la entrada, una enorme mole rubia con expresión risueña me envolvió en un abrazo de oso.
—¡Tamara!
—¡Stephen! —Me sujeté a él para no caerme.
—Ni te imaginas cuánto me alegra que hayas venido. —Stephen se separó un poco para mirarme a los ojos.
—Y yo de verte —admití sin mentir.
Stephen era uno de esos tipos campechanos cuyos preciosos ojos verdes transmitían sinceridad y confianza. Jamás en la vida habría sospechado que fuera multimillonario si no hubiera visto la casa que tenía tras de sí. En Madrid, ni siquiera había acudido en coche a nuestra cita y me acompañó a casa en metro.
Fue el carraspeo de Lorraine el que nos hizo darnos cuenta de que nos habíamos quedado mirándonos más tiempo de la cuenta.
—Hola, Lorraine, encantado de que nos encontremos de nuevo. —Sin quitarme el brazo izquierdo de la cintura, Stephen le ofreció la mano.
—Lo mismo digo. ¿Llegamos a tiempo? Veo a mucha gente.
—Sí, sí, claro. Venid y dejad que os presente.
Lorraine me lanzó una mirada de «¿y decías que no había nada entre vosotros?» mientras Stephen me guiaba al interior con su enorme mano apoyada en mi espalda.