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BIBLIOTECA

Mujer Madura Liberada Busca...

SINOPSIS:

La vida matrimonial de Malena cae en picado cuando descubre que su marido le está siendo infiel con otras mujeres. Sin trabajo, sin un sitio a donde ir, ni un rumbo para su vida, Malena decide lanzarse a disfrutar de su propia sexualidad mientras encuentra una solución a su situación.

En ningún momento había previsto que Adrián, el sobrino de su marido, fuera a descubrirla y pudiera llegar a hacerle una propuesta tan descabellada como indecente y, mucho menos, que pudiera caer en los juegos de un hombre doce años menor que ella.

El problema surge cuando descubre que los secretos de su marido van mucho más allá de una simple infidelidad y que los últimos años de su vida han sido poco más que una farsa.

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Mujer madura liberada busca...

Género: Contemporaneo

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CAPÍTULO III

 

«Maldita sea, dónde demonios está». Malena rebuscó con el corazón a mil por hora sobre el escritorio, debajo de él e incluso en la papelera. Le daba igual dónde estaba con tal de que apareciera el folio con sus apuntes, pero ¡que apareciera!

Acabó por vaciar la papelera entera. Ya había rebuscado en el resto de la habitación y no lo encontraba por ningún lado. Sus dedos temblaban al ir abriendo sin éxito todos los papeles arrugados. Solo le quedaba rezar para que su cuñada, que jamás pisaba la biblioteca, no hubiera entrado precisamente aquella noche.

—¿Es esto lo que buscas, tía?

Ella se giró con un respingo hacia la terraza desde donde Adrián, tirado en una hamaca, le mostraba una hoja llena de garabatos. Sobre sus muslos descansaba su portátil abierto. «¡Dios, no!».

—¿Qué haces aquí a estas horas? Son casi la una.

—Sospecho que lo mismo que tú.

—No podía dormir.

—Parece que ya somos dos.

—¿Has terminado ya con mi portátil? —preguntó con frialdad, aunque dudaba que a él se le escapara la forma en que temblaba su voz.

Adrián se levantó y entró en la biblioteca, haciendo que el espacio se redujera mucho más de lo que debería haberlo hecho. Colocó el portátil sobre el escritorio y cerró la web que había estado viendo, la misma que ella había dejado abierta: la página de contactos.

—Deberías ponerle un código de acceso al equipo, para que la próxima vez que olvides cerrar una página, nadie pueda encontrársela por casualidad.

—¿Vas a decirme ahora que has entrado en mi ordenador por casualidad?

—No. —Él la miró a los ojos—. Quería averiguar qué era lo que buscabas exactamente.

—¿Me creerías si dijera que una amiga para compartir confesiones? —¿Para qué mentir cuando de todas formas él ya había comprobado por sus propios medios lo puta que era?

—Puede que lo hubiese hecho si no hubiese visto esa página.

Ella se dejó caer en la silla más cercana y, cansada, se pasó la mano por la cara.

—¿Piensas contárselo a tu tío?

—No, pero quiero saber por qué lo haces.

Malena encogió los hombros. ¿Por qué lo hacía? ¿Por soledad? ¿Porque cada vez que notaba una arruguita nueva se volvía consciente de cómo se le escapaba el tiempo entre los dedos? ¿Porque quería vivir y sentirse viva?

 

—Porque necesito demostrarme a mí misma que no porque tu tío se vaya con otras yo he dejado de ser mujer.

—¿Qué te hace pensar que tío Pedro está con otras? —La expresión de Adrián era de incredulidad.

—¿Porque de repente tiene una clave ultra secreta en el móvil?, ¿porque además lo guarda de una forma enfermiza para que yo no pueda ver lo que hace en él? —soltó un bufido al recordar su forma de comprobar de reojo si estaba mirando cada vez que metía la clave, o la forma estudiada en que lo colocaba para que no pudiera verle la pantalla—. ¿Porque borra su historial cada vez que usa el Ipad? ¿Porque entra varias veces al día al baño con la tableta o el móvil y se pasa horas allí dentro, sin que luego deje ni el menor olor a humanidad?

—Bueno… eso no significa que tenga que estar con otra mujer —opinó Adrián, aunque titubeó al decirlo.

—¿Tampoco que lleve Viagra en el bolsillo de su chaqueta o preservativos cuando conmigo no los usa?

Adrián se pasó una mano por el pelo.

—¿Cómo sabes que no son para estar contigo?

Ella rio.

—Primero porque casi nunca hacemos el amor. Estos últimos meses ha estado extremadamente «cansado» —se burló—. Segundo, porque llevo puesto un DIU. Los preservativos nos sobran.

—¿Y no has hablado con mi tío sobre eso?

—¿Para qué? ¿Para que confiese? ¿Para que me ponga las maletas en la puerta y si te he visto no me acuerdo? —Sacudió la cabeza con impotencia—. No tengo donde caerme muerta, necesito un trabajo y tiempo para plantearme qué haré con mi vida.

Malena estudió sus reacciones. Al fin y al cabo estaban hablando de su tío, mientras que ella era poco más que una extraña a la que había visto una docena de veces a lo largo de los últimos años.

—¿Vas a devolverme ahora mis apuntes?

Él examinó el papel doblado mientras lo giraba entre sus dedos.

—¿Y si tuviera una propuesta que hacerte? —preguntó.

Ella bufó de forma sonora, rogando para que no se diera cuenta de lo desesperada que estaba.

—Por si no lo has entendido bien, cuando te confesaba que no tenía donde caerme muerta, me refería a que no tengo dinero —le aclaró con todo el sarcasmo del que fue capaz.

Era la verdad, pero él no necesitaba saber que estaba dispuesta a robar con tal de pagarle si no le quedara más remedio. No le gustaban los chantajes, pero era preferible ganar tiempo a dormir aquella misma noche en la arena de la playa.

—¿Y para qué querría dinero cuando tienes algo mucho más interesante que ofrecerme? —preguntó él alzando divertido una ceja.

Ella entrecerró los ojos. Había tenido razón, el muy cabrón iba a chantajearla. Solo le quedaba descubrir con qué.

—¿Qué quieres?

—Lo que estás dispuesta a dar. —Alzó el papel doblado para enseñárselo.

—¿Qué?

—Creo que ha quedado obvio que estás buscando a un amante. Quiero que me des una oportunidad para serlo.

—¡Estás bromeando, ¿no?! —Ella lo miró horrorizada—. ¿Te has vuelto loco?

—No más que tú.

Malena se dio cuenta enseguida de que lo había ofendido.

—Escucha, no es que no seas mono y atractivo y todo eso… —Ella se colocó un mechón tras la oreja—. Pero eres el sobrino de Pedro y…

—Eso no pareció frenarte hace un rato en la cama.

Abrió la boca solo para volver a cerrarla. «¡Mierda! Sí que ha tardado bastante en echármelo en cara».

—Eso fue algo que no debería haber ocurrido —confesó con debilidad.

Él colocó una silla frente a ella  y se sentó en el borde con una expresión decidida.

—¿Por qué no? —Sus ojos estaban llenos de intensidad al mirarla—. A mí me gustó saborearte, y me he quedado con hambre.

Malena insufló oxígeno en sus pulmones, pero no parecía haber bastante aire a su alrededor.

—Adrián, yo…

—¿Qué tienes que perder? Es lo que estabas buscando. Me tienes aquí, en tu casa, a tu alcance, ya te he demostrado que sé lo que me hago… y sabes que soy de fiar. ¿De verdad prefieres salir con un desconocido con el peligro que eso supone?

«Te falta añadir que estás para chuparse los dedos», completó por él en su mente, sacudiendo la cabeza para quitarse la tentación de semejante locura de la cabeza.

—Soy demasiado vieja para ti y, además, eres mi sobrino.

—Soy un hombre y tú la mujer a la que deseo.

—No sabes ni de lo que hablas —protestó ella, aunque no pudo evitar una sensación de secreta satisfacción.

—¿Recuerdas cuando mi tío te trajo por primera vez a mi casa para presentarle su novia al resto de la familia?

Parpadeó confundida. ¿A qué venía eso ahora?

—Sí, claro que lo recuerdo.

—Durante la barbacoa tú y el tío Pedro desaparecisteis. No fue algo que me llamara demasiado la atención, la verdad, yo también estaba hasta las narices de las gilipolleces de unos y otros. Por eso me largué para escapar a mi cuarto.

A Malena se le secó la boca cuando imágenes de aquella noche le vinieron a la memoria.

—¿Y? —Su voz salió como un graznido.

—Estabas preciosa allí de pie, doblada sobre mi cama, jadeando, con los muslos apretados alrededor de mi bate de béisbol mientras mi tío te follaba desde atrás y tú le pedías que te diera más fuerte.

—¡Oh, Dios!

Adrián le aparto las manos de la cara y llevó una a su boca para mordisquearle con delicadeza la palma.

—Me obsesioné con el olor que dejaste sobre mi bate. Me negué a volver a compartirlo con mis amigos. —Rio, como si los recuerdos ahora le parecieran divertidos—. ¿Tienes idea de las veces que he fantaseado contigo así? ¿De hacer que me pidas que te dé más fuerte mientras usas mi bate para rozarte el clítoris y correrte?

—Yo… —Ella no supo qué responder.

«¡Madre mía, qué vergüenza!». No quería ni pensar en todas las otras locuras que habían hecho, y la de veces que había podido presenciarlas alguien sin que lo sospecharan.

—¿Entiendes ahora por qué estoy tan interesado en que me des una oportunidad, tía? Sería una situación ventajosa para ambos. Yo me deshago de la obsesión que siento por ti, y tú tendrás a alguien con quien dar tus primeros pasos para… liberarte —le propuso apretándole el papel doblado en la palma de la mano y cerrándole los dedos alrededor—. No habrá compromisos, ni riesgos… Si después de probarlo no te gusta, no volveré a insistir más.

Se mordió los labios. En el fondo, aunque seguía pensando que era una locura, él tenía su parte de razón.

—Podrías al menos llamarme Malena —soltó con sequedad.

Una lenta sonrisa apareció sobre el atractivo rostro masculino cuando se inclinó para susurrarle al oído.

—Me da morbo saber que voy a tirarme a mi tía y que ambos somos conscientes de ello.

Ella jadeó cuando sus labios bajaron por su cuello y hasta su escote.

—Adrián…

—Déjate ya de protestas, tía. Creo que acabamos de cerrar un trato, ¿no? —Levantándose le dio la mano para que se pusiera de pie.

Cuando ella no dijo nada más, la giró hacia la puerta de la terraza y se colocó a su espalda. Su aliento caliente le acarició el hueco del cuello, haciéndola estremecer de placer cuando la barba de tres días le raspó con suavidad el hombro arrastrando el tirante del vestido con él.

—Deberíamos cerrar las cortinas —sugirió Malena, intentando girarse hacia él, pero Adrián la detuvo.

—No —murmuró, deslizándole también la otra tiranta por el hombro y usando ambas manos para tirar del vestido.

—Van a vernos —la protesta salió en apenas un susurro cuando la boca masculina bajó por su columna vertebral al mismo tiempo en que le bajaba el vestido.

—Mmm… creo que alguien se olvidó de volver a ponerse las bragas.

¡Las bragas! Malena sintió cómo sus mejillas se llenaban de calor. Seguían tiradas en el suelo de su dormitorio. Tomó un apunte mental para recordar que tendría que recogerlas antes de acostarse. Pedro solía levantarse mucho antes que ella y, aunque lo más probable era que no se diera ni cuenta, prefería que no le preguntara para qué se las había quitado durante la noche.

—Adrián, la puerta del balcón… —trató de recordarle, casi prefiriendo que no le echara cuenta y siguiera con lo que estaba haciendo.

Él pasó a su lado, pero en vez de cerrar la cortina o la puerta del balcón, se puso en frente de ella y le quitó el sujetador entre besos y mordiscos.

—¡Adrián! —protestó ahogada cuando la empujó hasta umbral de la puerta dejando sus pechos técnicamente en el exterior.

—Mira… ahí en frente solo están las dunas y, aunque hubiera alguien, nosotros estamos en la oscuridad. —Le quitó las cuerdas de sujeción a las cortinas, pero las dejó abiertas.

—Se oye gente hablando abajo —protestó ella.

—En ese caso, ¿no crees que sería mejor que no armaras mucho jaleo? —Adrián usó el cordón de la cortina para hacerle un nudo alrededor de la muñeca antes de pasarla por la barra de la cortina y anudarle también la otra muñeca.

Colocó dos sillas ante ella y le ayudó a arrodillarse, con una rodilla en cada asiento, dejándola con las piernas abiertas y su sexo expuesto. Luego reajustó el cordón, tirando hasta dejar a Malena estirada.

Ella se humedeció los labios. Se sentía vulnerable y excitada al mismo tiempo. El morbo de lo prohibido hacía correr la adrenalina por su cuerpo, mientras sus terminaciones nerviosas parecían haberse vuelto más sensibles ante la idea de estar expuesta desnuda ante el mundo.

Él la rodeó, poniéndola nerviosa con su minuciosa inspección.

—Muy bien, ahora quédate ahí hasta que regrese —le dijo despidiéndose con un beso en su pecho.

—Adrián… ¡Adrián! —siseó, no queriendo despertar a toda la casa, pero la única respuesta que obtuvo fue el sonido de la puerta al cerrarse.

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