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Mujer Madura Liberada Busca...
SINOPSIS:
La vida matrimonial de Malena cae en picado cuando descubre que su marido le está siendo infiel con otras mujeres. Sin trabajo, sin un sitio a donde ir, ni un rumbo para su vida, Malena decide lanzarse a disfrutar de su propia sexualidad mientras encuentra una solución a su situación.
En ningún momento había previsto que Adrián, el sobrino de su marido, fuera a descubrirla y pudiera llegar a hacerle una propuesta tan descabellada como indecente y, mucho menos, que pudiera caer en los juegos de un hombre doce años menor que ella.
El problema surge cuando descubre que los secretos de su marido van mucho más allá de una simple infidelidad y que los últimos años de su vida han sido poco más que una farsa.
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Mujer madura liberada busca...
Género: Contemporaneo
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CAPÍTULO II
¿Era necesario que la pusiera en evidencia delante de sus propios familiares? Malena maldijo para sí misma mientras apretaba los dientes y trataba de no caerse por los escalones con el peso inestable de Pedro.
Adrián, quien llevaba la mayor parte del lastre, se mantenía en silencio y evitaba mirarla. ¡Maldita sea! Era Pedro quien había invitado a sus dos hermanas con familia completa a cuestas a pasar las vacaciones con ellos en la playa, con la excusa de que Gloria estaba trabajando como au-pair en Irlanda y que el chalet parecía demasiado vacío sin ella. No era que no le diera la razón, echaba de menos a su hijastra y la falta de su presencia alegre y cariñosa se hacía notar, pero ¿no podía Pedro, al menos, comportarse mientras su familia estaba allí? Ya llevaba tres borracheras en una semana. ¿Acaso no tenía bastante con tener que aguantar las continuas puyas de sus cuñadas, como para encima tener que añadirle los murmullos a su espalda o las miradas de lástima de su cuñado y su sobrino?
Estaba harta, harta de él, de sus borracheras cuando iba a fiestas o se quedaba hasta tarde a trabajar, y de tener que cargar con su mierda y su peso muerto cada vez que venía así. Sus cuatro primeros años de matrimonio habían sido perfectos, seguía sin comprender cómo alguien podía cambiar tanto en tan poco tiempo sin motivo aparente; y no era como si no hubiera intentado averiguar la causa o tratado de solucionarlo con él.
Intentó ignorar el estremecimiento que le causó el roce con el cálido brazo de su sobrino al sentar a su marido en el filo de la cama. Se obligó a mantener la atención en los botones de la camisa de Pedro mientras los abría, consciente de que encontrarse de frente con los ojos de Adrián solo empeoraría las cosas.
¡Dios! ¿Cómo era posible que un crío pudiera hacer que se estremeciera con solo un roce o una mirada? Tenía que quitarse esas ideas locas de la cabeza. ¿Cuántas veces se había masturbado fantaseando con él?
Indiferente presenció cómo su marido cayó de lado sobre el colchón, con la cabeza justo debajo de la almohada. Se incorporó y suspiró poniendo los brazos en jarra. Se sintió culpable al pensar lo patético que le resultaba, pero no podía evitarlo al verlo así.
Si no hubiera sido porque Adrián la había interrumpido, su anuncio ya estaría viajando por las redes y haciendo su trabajo. Se merecía un descanso de toda aquella mierda, una ilusión que le ayudara a seguir adelante. Pero no, ahí estaba ella, con su marido apestando a alcohol y mujeres, y sin poder hacer nada porque se había dejado pescar por su sobrino.
«Y da gracias de que ha sido él y no su madre». Ahora tendría que abortar sus planes, o al menos aplazarlos por un tiempo considerable antes de intentarlo de nuevo.
Se apartó un mechón de la cara. Quizá debería probar con métodos más tradicionales, como salir o ir a uno de esos clubes de los que había oído hablar a otras mujeres en el gimnasio.
El problema era que no buscaba un polvo ocasional con un extraño. Quería besos, abrazos, palabras bonitas que la hicieran sentir bien, además de probar todas aquellas cosas que nunca había tenido la oportunidad de experimentar, como ir a ver un espectáculo de estriptis, asistir a un club de esos liberales o puede que incluso participar en un trío, y para eso, definitivamente, necesitaba un amante estable. Uno como ella, que no quisiera complicarse la vida, ni compromisos, pero sí disfrutar en un ambiente controlado y seguro, y que fuera capaz de apoyarla a la hora de explorar su propia sexualidad.
—Gracias por echarme una mano, desde aquí ya puedo yo sola —dijo sin apartar la vista de su marido.
—¿Estás segura? Puedo ayudarte a desvestirlo —se ofreció Adrián.
Ella cerró los ojos al sentir la fuerte mano acariciándole con ternura la espalda. Sería tan bonito si…
—¡No! —Se apartó apresurada de la tentación, inclinándose para subirle a su marido las piernas a la cama.
«¡Dios, cómo pesa el cabrón!».
—¿Estás segura de que no quieres que me quede? —le preguntó Adrián susurrándole muy cerca del oído mientras su cuerpo se pegaba a su dorso, los musculosos brazos la rodeaban y sus ásperas manos se cerraban sobre las suyas para ayudarla con el peso de las piernas.
Ella tragó saliva. El calor masculino traspasaba su fina blusa haciéndola sudar, sus músculos se movían casi como una suave caricia contra su espalda, y lo peor era la más que enorme evidencia pegada a su trasero que la hacía desear empujar sus caderas hacia atrás y restregarse contra él, solo para comprobar lo bien que se sentiría.
No fue su culpa que al incorporarse sus deseos se convirtieran en realidad. Intentó ignorar el medio gruñido, medio gemido de Adrián cuando tuvo que agacharse de nuevo para quitarle el zapato a Pedro. No supo si sentirse aliviada o decepcionada cuando, al fin, se apartó y la dejó trabajar.
Sus ojos se abrieron como platos y sus movimientos se congelaron cuando una mano le tocó la pantorrilla, indicándole que Adrián se había acuclillado a su espalda. Obligándose a acallar un jadeo, reconoció que se había equivocado. Era mucho más persistente de lo que había esperado y más persuasivo también.
Se mordió los labios de una forma casi dolorosa cuando la nariz masculina comenzó a ascender por sus piernas, recorriéndolas con suavidad pero sin ceremonias, como si supiese el camino que tenía que recorrer de memoria, concediéndose solo escuetas paradas para tomar algún bocado que, más que saciar su hambre, iba destinado a abrir el apetito.
La protesta de Malena salió ahogada.
—¡Adrián!
Acabó comprobando que también se le daba mucho mejor que a ella eso de ignorar. Con su nariz, Adrián siguió subiendo hasta el inicio de sus nalgas, lugar donde su boca tomó el relevo. En cuanto sintió la lengua del chico sobre sus bragas y ya no supo si la tela húmeda se debía a su saliva o a la respuesta de su propio cuerpo, se rindió a la evidencia de que estaba perdida.
Como si él lo hubiera notado, las ásperas manos se deslizaron por sus muslos bajándole las bragas. Ella no opuso resistencia y tampoco lo hizo cuando con una pequeña presión Adrián le indicó que separara las piernas.
«¡Dios!». La insolente lengua encontró lo que buscaba. ¿Cuándo había sido la última vez que un hombre la había llevado a flotar en las nubes con su boca? Hacía tanto que ya ni recordaba lo bien que se sentía.
Se incorporó sobresaltada cuando Pedro se giró con un murmullo inteligible. «¡¿Qué estoy haciendo?!». ¡Podían cogerla con su sobrino político! ¡En su cama de matrimonio y con su marido acostado al lado!
Al chico no pareció importarle. Ella parpadeó cuando empujó a su tío al otro lado del colchón. Para cuando comprendió sus intenciones, Malena estaba mirando el techo, con sus uñas hundidas en la almohada, una pierna sobre la cama y la otra sobre el musculoso hombro de Adrián.
Abierta de par en par a su mirada y labios, trató de no hacer ruido, pero, por más que apretara la mandíbula, se mordiera los labios o el cojín, no pudo evitar un jadeo cuando Adrián, sin detener el jugueteo de su lengua, comenzó a usar un dedo para explorarla con una suavidad tan exquisita que creyó perder la cabeza.
Se paralizó cuando el brazo de Pedro cayó sobre ella y le tocó el pecho con murmullos incoherentes. Su peso la mantenía inmóvil y sus dedos, a pesar de seguir en pleno trance onírico, trabajaban sus pezones con dureza, tanta que su espalda se arqueó bajo ese justo punto de dolor que se convertía en placer al recorrerle el cuerpo.
Amaba el contraste de la fuerza tosca de Pedro compitiendo con la tersura casi etérea de la boca de su sobrino. Era tan placentero que sus caderas se levantaban por voluntad propia buscando incrementar el contacto y la presión de la lengua, llevándola cada vez más cerca de la vorágine de placer que amenazaba con hacerla explotar.
«Tan, tan cerca. Solo me falta…».
Un segundo dedo la llenó con un ritmo cada vez más firme, el pulgar masculino extendió algo de la abundante crema esparciéndola hasta su trasero para masajearla con delicados círculos alrededor de la pequeña y arrugada roseta. Los exigentes labios le rodearon el clítoris y chuparon. Y…
«¡Madre del amor hermoso!».
Una luz blanca explotó en su vientre y una onda expansiva se extendió a través de ella bañándola en placer.
Perdió la noción del espacio y el tiempo hasta que sus caderas volvieron a tocar el colchón, sus manos redujeron la presión sobre la cabeza rubia entre sus muslos y la habitación se sumergió de nuevo en el silencio, excepto por el frenético latir de su corazón que le retumbaba en los oídos.
Él le dio algunos largos lametazos más antes de incorporarse. Con la respiración descontrolada, lo vio inclinarse sobre ella. Dedos húmedos le trazaron los labios dejando una huella ligeramente salada a su paso.
—Me debes un café. Yo acabo de poner el postre —le susurró Adrián al oído, rozándole la mejilla con su nariz.
Hubo un repentino vacío en la habitación cuando se marchó y cerró la puerta tras él. La vista de Malena se quedó anclada en la lámpara del techo. ¿Qué había hecho? ¿Qué clase de mujer se acostaba con su sobrino político? ¡Y encima lo había hecho en su lecho conyugal y con su marido inconsciente al lado!
Pedro seguía roncando con suavidad en su oído, el olor a ron de su cálido aliento le recordó cómo había llegado hasta allí, y el ya conocido perfume de mujer estampado en su ropa le trajo a la memoria la continua humillación de los pasados meses.
Se hundió las uñas en las palmas de las manos, intentando deshacer el nudo que se formó en su garganta. No estaba bien lo que había hecho, Adrián era apenas un niño a su lado, pero Pedro…
«¡Pedro tiene lo que se merece!».
Bastante llevaba aguantándole ya. Algún día iba a tener que enfrentarse a él para ponerle las cartas sobre la mesa y cantarle las cuarenta. Quizá consiguieran superarlo, o quizá no, pero de momento, lo único que tenía claro era que ella no iba a quedarse llorando como una Magdalena mientras él seguía con su crisis de identidad. Dependía de él a nivel económico, pero no pensaba permitir que su relación también la esclavizara a nivel mental.
Apartó esos pensamientos cuando comenzó a sentir la presión en el pecho que siempre venía asociado a ellos.
¿Y Adrián? ¿Qué iba a hacer ahora con ese niño? ¿Niño? Inspiró con fuerza al recordar la forma experta en que usó la lengua para llevarla al éxtasis. Una leve chispa de placer renació al apretar los empapados muslos, atrapando el aún sensible clítoris entre sus pliegues. Se estremeció. ¿Dónde habría aprendido a hacerlo tan bien?