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Mujer madura liberada Busca...
SINOPSIS:
La vida matrimonial de Malena cae en picado cuando descubre que su marido le está siendo infiel con otras mujeres. Sin trabajo, sin un sitio a donde ir, ni un rumbo para su vida, Malena decide lanzarse a disfrutar de su propia sexualidad mientras encuentra una solución a su situación.
En ningún momento había previsto que Adrián, el sobrino de su marido, fuera a descubrirla y pudiera llegar a hacerle una propuesta tan descabellada como indecente y, mucho menos, que pudiera caer en los juegos de un hombre doce años menor que ella.
El problema surge cuando descubre que los secretos de su marido van mucho más allá de una simple infidelidad y que los últimos años de su vida han sido poco más que una farsa.
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Mujer madura liberada busca...
Género: Contemporaneo
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CAPÍTULO I
Mujer madura busca…
«¿Madura? Eso suena a solterona buscando marido». Malena mordisqueó indecisa el bolígrafo mientras examinaba lo que había escrito en el cuaderno y seguía valorando otras opciones.
Probó de nuevo:
Mujer madura liberada busca…
Imágenes mentales de una ristra de viejos verdes queriendo meterle mano la hicieron sacudirse de asco. No es que le importara demasiado la edad de un hombre a la hora de tener una cita con él, aunque, puestos a pedir, lo mínimo que quería era que no babeara y que se le levantara. Zanjó el asunto con un firme tachón.
Mujer madura liberada busca…
«Mejor. ¡Mucho mejor!», opinó enviando al octogenario que trataba de masturbarla con la bola de su bastón desgastado a tomar viento fresco. «¡Ufff!».
«Y ahora la guinda final», decidió mientras tamborileaba con el bolígrafo sobre la hoja llena de tachones. ¿Qué era lo que buscaba? Hizo un recuadro alrededor de la última frase y repasó los puntos suspensivos. Necesitaba dejar claro que no pretendía encontrar pareja —con su marido ya le sobraba—.
Tampoco se trataba de que asumieran que quería follar como los conejos. Bueno, sí, en realidad era eso lo que quería, pero no en exclusiva. Buscaba algo más que sexo por sexo y polvos de cinco minutos. Quería experiencias nuevas, dar rienda suelta a sus fantasías y perversiones… Quería placer, sentirse sexy de nuevo, evolucionar como mujer, ¡sentirse mujer!
«Y tú sigue pidiendo», se burló una vocecita acechando en algún rincón sombrío de su mente. Ella le propinó un portazo. No pensaba sucumbir a sus pensamientos negativos.
Arrancándolo del cuaderno, le dio la vuelta al folio.
¿Cómo podía expresar todo lo que quería en apenas unas líneas? Por pedir que no quedara. Total, ¿qué tenía que perder?
¿Y si pongo: busca hombre sexy y con experiencia para relaciones esporádicas? Le gustaba, pero recordó a Sergio, el marido de su prima, con el ego más inflado que las venas que sobresalían por los exagerados bultos deformados de sus biceps. A ella le parecía poco más que una caricatura malograda de Popeye, pero bastaba pasar diez minutos en su compañía para descubrir su complejo de Mister Universo.
Sacudió la cabeza. Era mejor no confiar en el criterio de un hombre para valorar su atractivo.
Copió de nuevo la frase que ya tenía clara y comenzó a anotar todas las posibilidades que se le ocurrían debajo de los puntos suspensivos. Cuando se quedó sin opciones, reinició la pantalla del ordenador para ver qué habían puesto las otras mujeres en la página de contacto.
«Ven, conóceme y disfrutarás del polvo de tu vida».
«Quieres ser mi polvo desechable, de usar y tirar».
…
Malena sacudió incrédula la cabeza. ¿Cómo podían rebajarse a publicar semejantes sandeces? Si para todo eran tan directas y claras, ya podía imaginarse los pedazos de polvos de treinta segundos y medio que echaban. Frunció el ceño. ¿De verdad era eso lo que buscaban? Siguió leyendo:
«Invítame a un café y yo pondré el postre».
La que lo había usado parecía saber lo que se hacía. A Malena le encantaba. Ladeó la cabeza y releyó la frase varias veces más. Era justo lo que estaba buscando: elegante y, a la vez, con un toque de picardía. Lo copió en el folio para que no se le olvidara y suspiró. ¿Quién dijo que buscar a alguien para echar una canita al aire era fácil?
—¿Necesitas ayuda, tía?
«¿Qué? ¡Oh, Dios!». Con el corazón encogido, cerró lo más rápido que pudo la tapa del portátil y se giró hacia su sobrino, quien arqueó una ceja. ¡Mierda! ¿Se habría dado cuenta de qué iba aquella página llena de mujeres medio desnudas ofreciéndose para relaciones esporádicas? «¡Idiota!, claro que sí. ¡Ya es un adulto y no es tonto!».
—Adrián, ¿qué quieres? —preguntó intentando ocultar el temblor en su voz—. ¡¿Qué haces?! ¡Dame ese folio! —La silla formó un estruendo al caer cuando trató de evitar que le quitara el papel delante de sus narices. «¡Hijo de…!».
Él la ignoró, ojeando con interés sus garabatos.
—Mi madre me pidió que te avisara. Le ha surgido un compromiso urgente y no tendrá tiempo de hacer el almuerzo —le informó Adrián distraído.
«¿Urgente? Sí, claro, para variar. Como si no tuviera todos los días algo urgente que hacer», pensó Malena con sequedad estirándose para atrapar el papel. Adrián se giró interponiendo su ancha espalda en su camino y empezó a descifrar su mala letra en voz alta. «¡Maldita sea!».
—¡Dame ahora mismo mis notas!
—Aquí pone ¿liberada?
—¡Eso no es asunto tuyo! —Si no fuera porque medía cerca del metro noventa, le habría tirado de su mata de cabello rubia hasta que acabara hincado de rodillas y soltara el dichoso folio—. Lo que escriba o deje de escribir es cosa mía. ¡Dámelo!
—¿Por qué has tachado lo de madura? Esa palabra tiene una connotación especial. Es el sueño de cualquier tío que una mujer madura lo elija para satisfacer sus fantasías más morbosas. Yo en tu lugar lo dejaría.
—¡¿Qué sabrás tú?! —masculló Malena—. Además, ni que fuera para ligar —añadió apresurada tratando de corregir su metedura de pata.
—Tengo veintisiete, tía, conozco a la perfección mis propios gustos. Y estaría bien que no me tomaras por tonto.
—¿Por qué un chaval joven iba a querer estar con una señora mayor? —preguntó tratando de ganar tiempo.
¿Qué excusa le podía dar que fuera creíble? ¿Que buscaba qué?, ¿limpiadora? Ridículo, eso era demasiado evidente. ¿Amigas para compartir confidencias? «Adrián sabe que siempre estoy sola. ¡Mierda! No se me ocurre ninguna justificación ».
—Te equivocas. Madura no es mayor. Madura es experiencia, paciencia, la capacidad de ir más allá de las convenciones sociales. El simple hecho de que pueda asumir la responsabilidad sobre su propio placer ya es todo un aliciente.
—¿Tú crees?
Visto así sonaba incluso interesante. Nunca se lo había planteado desde ese punto de vista, pero, de todos modos, dudaba que los jóvenes fueran capaces de obviar las arrugas, los efectos de la ley de la gravedad, y que aspiraran a algo más que un simple polvo rápido y sin compromisos.
—¿Quieres que te lo demuestre?
Su voz profunda, tan cerca y llena de promesas le reverberó en la parte baja del vientre, contrayéndolo y obligándola a apretar los muslos. Tragó saliva. Luego inspiró con fuerza intentando llevar el suficiente oxígeno a su cerebro como para actuar con cordura. «¡Ufff! Los chicos de mi época no usaban este tipo de perfumes. Si lo hubiesen hecho, nunca habría llegado a los veinte siendo virgen».
—¿Tía…? —Adrián se acercó aún más, dejándola sentir el calor de su joven y atlético cuerpo.
«¿Y si…?». Malena se pasó la lengua por los repentinamente resecos labios.
El portazo los sobresaltó y ambos cruzaron una mirada alarmada cuando desde la planta baja algo cerámico se estrelló con estrépito contra el suelo, seguido de un balbuceo airado.
«¡Por Dios! ¡No otra vez!».