

Anabel
Es la hora de tu castigo. No es necesario que te explique los motivos por los que te lo mereces. A pesar de mis continuas advertencias te has rebelado contra mis órdenes, me has desobedecido y me has respondido en público. Sabías que tarde o temprano debía ponerte en tu sitio. Tampoco es necesario añadir que el castigo debe ser ejemplar y de público conocimiento.
No voy a engañarte. Me excita la idea de llevarte a las mazmorras que están bajo el palacio y enseñarte el placer que existe en el sufrimiento. Quiero llevarte a ese punto justo, entre el dolor y el placer, que te hará rogar y pedirme más. Si confías en mí, entonces desnúdate y ponte el batín de seda rojo que hay sobre la cama. Puedes dejarte las medias de liga y los tacones puestos. Los guardias que hay ante la puerta te traerán a mí. Será un placer guiarte hasta tus límites.
Si tu mente humana no te permite adentrarte en las mazmorras por temor, puedo entenderlo. Te castigaré quitándote algunos de tus privilegios. Aún así, quiero que vayas a la biblioteca y que me esperes allí desnuda. Te deseo. Tengo la imperiosa necesidad de perderme en tu calor pero, primero, vamos a jugar.
Elijas lo que elijas, esta noche es la noche del morbo y lo prohibido.
Azrael