
Los Pasillos Secretos
¿Qué elejirás Anabel?
Anabel sonrió insegura al encontrarse con una pareja de mujeres
con cuernos que avanzaban por el pasillo en dirección contraria.
Seguramente pertenecían a los invitados, no recordaba haberlas
visto antes. Una de las mujeres la ignoró, la otra frunció los labios
al dirigir una mirada intencionada hacía el escote de Anabel.
—Vaya, vaya… ¿No serás tú por casualidad el famoso regalo de
Neva?
Anabel tragó saliva cuando la mujer se interpuso en su camino.
Era inevitable no ver los largos colmillos o la lengua bífida con la
que se relamía lo labios tras cada frase.
—Yo… eh… si, y si me disculpa me está esperando el… —Anabel dio
un paso hacia atrás cuando la mujer irrumpió en su espacio
personal.
—Dicen que el rey está embelesado contigo. Me pregunto qué
tendrás para que un hombre con su experiencia en mujeres haya
caído de esa forma a tus pies. —La mujer siguió avanzando hacia
ella hasta que la arrinconó contra la pared.
La respiración de Anabel se detuvo al ver cómo los ojos de la mujer se volvieron negros como el carbón. «¡Oh, Dios!».
—¡El rey me está esperando!
—No es bueno hacer esperar al rey. —Los labios de la mujer se curvaron hacía la izquierda—. Créeme sé de lo que hablo.
¿Estaba insinuando que había sido amante de Azrael? Anabel intentó ignorar la sensación ácida en el estómago. No sabía de qué estaba hablando y tampoco quería saberlo. Le desagradaba esa mujer y no era por los cuernos precisamente. El aura de maldad que la rodeaba apestaba más que su aliento y eso ya era un decir. Un escalofrío recorrió a Anabel cuando la mujer trazó con sus uñas el contorno del escote y acercó la cabeza sacando la larga lengua con su repelente punta de serpiente.
—Glire, deja de jugar con ella. Somos invitadas, no queremos problemas con el rey de los vampiros —advirtió la otra mujer con cuernos.
La sonrisa de Glire se congeló en una mueca pero apartó sus garras de Anabel.
—El rey me invitará a jugar contigo, me encargaré personalmente de ello —susurró Glire como si quisiera hacerle una promesa.
«¡Dios!». En cuanto la mujer dio un paso hacia atrás, Anabel se escabulló y se alejó lo más deprisa que pudo sin echar a correr.
Su corazón latía tan rápido que apenas oyó la conversación que dejaba atrás:
—Estás jugando con fuego, Glire.
—La quiero y la conseguiré, no importa lo que me cueste.
En cuanto torció la esquina una mano fuerte la cogió del brazo y tiró de ella. Anabel chilló con todas sus fuerzas cuando de repente la rodeó una oscura penumbra y una puerta se cerró tras ella. El terror la inundó de tal manera que creyó que iba a vomitar y las rodillas cedieron bajo ella.
—¡Shhhh! Soy yo. Todo está bien, estás a salvo, nadie te hará nada…
—¿Azrael? ¡Oh Dios! —Anabel se lanzó a su cuello y comenzó a sollozar aliviada.
Azrael dejó que se calmara antes de preguntarle:
—¿Qué ha pasado, cielo? He sentido tu miedo pero no he podido detectar ningún peligro ahí afuera.
Anabel alzó la cabeza, dándose cuenta de que estaban en el pasadizo secreto de los espejos.
—Había unas… mu… mujeres… —El corazón encogido apenas la dejó hablar.
—¿Te atacaron? ¿Te hicieron daño? ¿Te amenazaron? —siguió preguntando Azrael a medida que ella negaba con la cabeza.
—Una de ellas… quiere convencerte para que la dejes jugar conmigo.
Azrael alzó una ceja.
—¿Las conoces? ¿Cómo eran?
—No, no las había visto antes. —Anabel inspiró para tratar de calmarse un poco, pero la compulsión del pasillo era demasiado fuerte—. Tenían cuernos, colmillos y unas lenguas como de serpiente.
—Ahh… deben de ser las representantes de la estirpe de Lamashtu.
—¡Apestaba!
—Los demonios carroñeros suelen hacerlo.
—Esa Glire dijo que habéis sido amantes.
Las cejas de Azrael casi tocaron el inicio de sus cabellos.
—¿Y tú te lo creíste?
—¿Por qué no iba a creérmelo?
—Tú misma lo has dicho: apestan. Sin contar que esperaba que me atribuyeras mejor gusto en mujeres.
—No era fea.
—No, pero a leguas se ve que tiene el carácter de una víbora. Acecha a sus víctimas, se acerca a ellas de forma silenciosa y cuando menos se lo esperan ataca y va a por su yugular. Esa mujer no tiene límites en su maldad. No le importa nada más que satisfacer sus caprichos y hacer daño por puro placer. Es algo que cualquier persona normal puede ver a leguas.
Tuvo la tentación de preguntarle qué diferencia había entonces con respecto a Andrea, pero no estaba segura de querer oír a Azrael defendiendo a Andrea.
—Dijo que te convencería para que la dejaras jugar conmigo.
Azrael rompió a reír.
—No estoy del todo en contra de compartirte con otra mujer para jugar. —Su sonrisa se amplió cuando Anabel dejó de respirar—. Pero no será con un demonio carroñero.
—Pero…
—No pienses más en ella. No vale la pena, deja que sea yo quién se encargue de ella.
Anabel asintió y miró a través del oscuro pasillo.
—Sigue dándome repelús este lugar.
—Parece que nuestra cita sensual se ha estropeado. —Azrael la besó en la frente. Anabel intentó sonreír, pero la verdad es que toda la excitación que le había provocado la carta y la idea de ir a verlo a la biblioteca había desaparecido—. Ven, estamos acercándonos a la próxima luna llena. Vamos a distraernos de una forma morbosamente divertida mientras te llevo de regreso a la habitación.
—¿Morbosamente divertida? —Anabel arqueó una ceja.
—Estamos en los pasillos secretos… ¿qué crees que podemos hacer aquí?
No pensaba admitir que ya en su última visita había descubierto que los pasillos eran el paraíso de un voyeur, sólo de recordar todo lo que había visto hizo que el calor le subiera por las mejillas.
—¿Y qué tiene que ver la luna en todo esto?
—¿Nunca te han explicado cómo nos afecta la luna a los seres de la noche? —Azrael carcajeó por lo bajo mientras la cogía por la mano y la llevaba hacía uno de los espejos.
Anabel se mordió los labios, no sabía cómo les afectaba la luna a los seres de la noche, pero por su última visita al pasillo sabía qué podía encontrarse al mirar a través de los espejos. Ahora que estaba allí con Azrael, el morbo de lo prohibido era mucho más excitante. ¿Qué descubrirían cuando miraran a través de los espejos?


Una pareja muy cariñosa espera impaciente sus caricias. Próximamente.