
La Vampiresa Ravena

La sonrisa de Azrael se amplió. Bastien y Miguel se fueron hacia la puerta a montar guardia. Nada en sus rostros indicaba si estaban decepcionados con su elección. El calor invadió las mejillas de Anabel cuando cayó en la cuenta de que ellos serían testigos de todo lo que ocurriera allí.
—Az… Mi rey… —Anabel echó un vistazo inseguro hacia los guardias—. Es necesario que ellos se queden aquí.
—Te advertí que tu castigo sería público. ¿De qué sirve que te oigan todos los presos si ellos no saldrán de aquí?
El aire se escapó de los pulmones de Anabel.
—¿Los presos me oirán?
—Algunos pueden oírte ahora mismo. Cuando comiences a gritar podrán hacerlo todos y todos sabrán por qué lo haces.
—Yo no… no sé si seré capaz de… —Anabel tragó saliva.
—Es tu castigo, o lo aceptas o lo dejas.
Anabel cerró los ojos mortificada. La sola idea de tener que recorrer de nuevo ese pasillo ya la aterraba, pero hacerlo después de que todos supieran lo que estaba pasando aquí… ¡Dios!
Azrael se acercó a ella, dejándola sentir su calor.
—Me excita la idea de saber que todos te desean pero que nadie pueda tenerte excepto yo —Azrael bajó la cabeza dejando que su aliento le acariciara el rostro—, o quién yo decida.
Los labios de Azrael fueron firmes sobre los de ella, exigiéndole que se abrieran ante él. Anabel cedió. El conocido sabor a café y canela invadió su boca, despertando su deseo pero, aún más allá de eso, la hizo sentir segura y protegida, o al menos lo hizo hasta que el batín se deslizó por su cuerpo para caer a sus pies.
Anabel abrió los párpados sobresaltada. Azrael le mantuvo la mirada mientras le levantaba los brazos por encima de la cabeza. Sus neuronas registraron el clic del cierre de los grilletes casi al mismo tiempo que el frío metal que se cerraba alrededor de sus muñecas. Por instinto Anabel intentó bajar los brazos, pero sólo consiguió que las largas cadenas de hierro que colgaban del techo resonaran en la sala.
—¡Alzala!
¿Alzarla? ¿Más? ¡Pero si los grilletes estaban justo a su medida!
La vampiresa obedeció la orden de Azrael. Una rueda de madera en la pared crujió con cada vuelta que le daba, compitiendo en sonido con las cadenas que recorrían las palancas en el techo. Los grilletes tiraron de los brazos de Anabel estirándola al máximo. Ravena tiró tanto de las cadenas que Anabel tuvo que ponerse de puntillas para no acabar colgando en el aire. Ni siquiera sus tacones de vértigo tocaban ya el suelo.
Azrael retrocedió dos pasos para contemplarla. Su mirada la recorrió con aprecio, deteniéndose sobre sus pechos. Anabel fue consciente de cómo se alzaban hacia él, con los pezones duros e hinchados. Su respiración se agitó bajo el atento escrutinio.
—Eres hermosa, humana —murmuró Azrael como si estuviera fascinado—. Demasiado hermosa para mi salud mental.
En menos de un parpadeo, él estaba de nuevo a su lado y las manos masculinas se deslizaban como un halo sobre el contorno de su pecho para de inmediato desaparecer junto a su dueño. Anabel lo busco asustada, sólo para encontrarlo sentado en el trono.
—Ravena.
Anabel se movió inquieta cuando la belleza pelirroja comenzó a desnudarse lanzando seductoras miradas hacía Azrael. Eso no era lo que ella había esperado cuando eligió a Ravena como su acompañante en los juegos. Nadie había dicho nada de que ella estaría atada mientras Ravena y Azrael se lo montaban.
Anabel apretó los labios y se clavó las uñas en las palmas de las manos cuando vio cómo el vestido de Ravena cayó al suelo y la vampiresa se encaminó seductora hacía el trono, vestida sólo con un escueto corsé negro, sus medias de liga y zapatos de tacones.
—¡No! Céntrate en ella. Prepárala para mí. Haz que ruegue para ser tomada.
—Su voluntad es la mía, Su Majestad. —Las palabras de Ravena sonaban como el ronroneo de una gata satisfecha—. ¿Puedo usar pociones?
—Puedes usar lo que quieras mientras no le deje marcas y la hagas consumirse en placer.
Anabel tragó saliva al ver a Ravena hacer una reverencia ante Azrael y dirigirse hacia el armario. Sus ojos se abrieron cuando las puertas se abrieron y dejaron a la vista el interior del armario. Látigos, varas, tenazas, botes y botellitas de diferentes tipos… y ¡dildos! Alguno de esos dildos debía de ser para la hembra de un elefante, porque era imposible que eso le cupiera a nadie por ahí abajo. Anabel soltó un suspiro aliviado cuando Ravena escogió una botellita de cristal con un liquido dorado y un antifaz negro.
—No necesitas ver para esto —le ronroneó Ravena al oído cuando le puso el antifaz, dejándola a ciegas—. Y sabes por qué, ¿verdad?
«Si, lo sé». Anabel no necesitó que Ravena elaborara más sus motivos. Podía sentir la cercanía de la vampiresa, los consistentes pechos que se apretaban contra ella, las caderas que apenas la rozaban, el cálido aliento en su cuello, y el sedoso cabello acariciándola. No, no necesitaba ver. Ravena en sí misma no era importante para ella, solo las sensaciones que era capaz de causarle y el saber que Azrael estaría allí, excitándose al verla así, y preparándose para hacerla suya al final.
—¿Azrael? —Su nombre se le escapó sin querer.
—¿Sí?
—No me dejarás a solas, ¿verdad?
—Estaré aquí hasta que hayas tenido tu castigo y estés preparada, luego haré que olvides a Ravena o a cualquier otra persona que alguna vez tuvo la oportunidad de darte placer.
Anabel estuvo por decirle que no haría falta, que ni Ravena ni nadie significaría nunca lo que él, pero apretó los labios.
—No pensarás que os lo voy a poner fácil, ¿cierto? —Las palabras de Ravena fueron apenas un aliento, una leve advertencia antes de que un sedoso líquido comenzó a gotear sobre los hombros de Anabel, deslizándose por su piel para recorrer su cuerpo.
Las gotas se convirtieron en un terso reguero que se abrió camino sobre las curvas de sus pechos, llegaron hasta sus pezones y cayeron desde allí. Un intenso olor dulce y avainillado le inundó la nariz. Su piel se calentó bajo el contacto del espeso líquido mientras algunas gotas resonaban al caer sobre el suelo. Las manos de Ravena, suaves y expertas siguieron el recorrido y esparcieron el untuoso líquido con destreza sobre sus pechos.
La temperatura aumentó. Anabel gimió ante la combinación del agradable calor y las manos que masajeaban, acariciaban, achuchaban y trazaban sus pechos. El aceitoso líquido se abrió un nuevo camino entre la canal de sus pechos, que Ravena apretaba y juntaba como si quisiera usarlos para frenarlo. El líquido le recorrió el estómago alcanzando su ombligo. Anabel jadeó y echó la cabeza hacia atrás. Sus pechos parecían arder bajo las caricias de Ravena y el fuego se extendía junto al recorrido del líquido por su vientre.
Una lucecita roja se encendió en alguna parte de su mente cuando Anabel se dio cuenta de que sólo era bajo el contacto del líquido dónde su piel se calentaba. El ardor en sus pechos no paraba de aumentar, convirtiendo el aliento de Ravena sobre sus pezones en un lujurioso alivio.
—Quema.
Ravena rió.
—Este es sólo el principio, humana.
—¿Qué?
—¡Siente! —Las palmas de Ravena se deslizaron por el vientre de Anabel y esparcieron el líquido bajando cada vez mas—. Abre las piernas.
—¿Qué? —el incipiente pánico de Anabel al sentir como su vientre se calentaba con más rapidez aún que sus pechos se dejó traslucir en su tono.
Una fuerte palmada sobre su trasero la hizo chillar sobresaltada.
—No hables a menos que te pregunte y obedece sin rechistar.
—Pero… ¡Ay!
Una nueva palmada resonó como un eco en la sala.
—He dicho que abras las piernas.
Anabel lo intentó, separo los muslos todo lo que le permitieron sus piernas sin perder contacto con el suelo. Se sujetó con fuerza a las cadenas para no perder el equilibrio.
Una mano ahuecada, llena del espeso líquido se deslizó entre sus piernas y se posó sobre su sexo bañándolo en el aceite. Un calor fulgurante se extendió por toda la zona. Anabel intentó cerrar las piernas, pero Ravena la frenó con sus pies.
—¡Quema!
—Vuelve a hablar y te pondré una mordaza. —Ravena le palmeo los pechos.
Anabel jadeó. Ravena no se conformó con hacerla arder por fuera, sus dedos se deslizaron entre los pliegues, extendiendo el maldito líquido hasta los rincones más recónditos, penetrándola hasta que el vientre de Anabel se consumía en un caluroso placer.
—No olvides que también la tomaré por detrás, Ravena.
Anabel se movió inquieta ante las palabras de Azrael. No podía estar hablando en serio, ¿verdad? No podía pretender que Ravena le… Ravena fue más rápida que los pensamientos de Anabel. Uno de sus largos dedos encontró la delicada roseta escondida entre sus nalgas y empujó con determinación hasta abrirse camino. Más que la invasión fue el fuego que comenzó a consumirla por dentro, por fuera, por todas partes lo que hizo que Anabel comenzara a tirar de las cadenas tratando de huir.
Un segundo dedo se abrió paso entre sus nalgas. La boca de Ravena se cerró sobre su pezón. Anabel prácticamente gritó del alivio cuando la saliva de Ravena enfrió su pezón. Anabel se movió, intentando ofrecerle también el otro. Ravena aceptó la oferta, sujetándole el pecho con una mano mientras la otra esparcía el maldito aceite entre los muslos y las nalgas de Anabel, acariciándola, tentándola, llenándola y abriéndola.
Los labios de Ravena se sentían frescos y hambrientos. La vampiresa alternaba etéreos aleteos alrededor de sus pezones con la succión, aliviando el ardor que no paraba de incrementar. Los movimientos de Anabel por ofrecerse a la boca de la vampiresa se tornaron casi desesperados. Su cuerpo entero parecía estar consumiéndose a excepción de los escasos centímetros que la experta lengua iba atendiendo y cubriendo con su saliva. En contra de lo que cabía esperar, esa contraposición de sensaciones concentraba el placer justo en los puntos en que la vampiresa la tocaba o lamía. Era como si en el infierno existiera un paraíso y su mente hubiera decidido concentrarse sólo en el placer para olvidarse de que se estaba quemando en un fuego eterno.
El sollozo frustrado cuando Ravena alzó la cabeza se convirtió en un gemido de cuando Ravena se pegó a ella, rozándole el muslo con su sexo.
—¿Sigue quemando? —preguntó Ravena con tono burlón.
Anabel asintió mientras trataba de pegarse aún más a Ravena, buscando su frescura. Ravena soltó un ronco carcajeo.
—¿Te imaginas que me arrodillara ante ti para chuparte también aquí? —Ravena abrió sus pliegues y trazó vertiginosos círculos sobre el clítoris de Anabel.
Anabel gimió, su vientre se contrajo y sus rodillas prácticamente cedieron bajo ella. Los dedos de Ravena desaparecieron demasiado pronto, dejándola colgando en el precipicio de un orgasmo.
—O mejor aún, ¿te imaginas que te follara con mi lengua?
¡Oh, Dios! ¡Claro que podía imaginárselo! La lengua de Ravena penetrándola y aliviándole todo ese fuego que la consumía… «¡Por favor, hazlo ya!»
—¿O preferirías que te comiera mejor por aquí? —Ravena deslizo dos dedos dentro de su trasero y los giró de un lado para otro.
Tomando pequeñas bocanadas de aire, Anabel intentó no gemir ante la deliciosa sensación. ¿De verdad estaba dispuesta Ravena a sustituir sus dedos por su lengua? Anabel se debatió entre la vergüenza de admitir que quería que lo hiciera y la necesidad de que Ravena cumpliera todas y cada una de sus propuestas.
—Lo que sea, pero ¡hazlo ya!
Ravena rió.
—Es hora de ponerte en tu lugar y hacerte entender que las esclavas no tenéis derecho a exigir.
Anabel jadeó. A pesar del tono divertido de Ravena, sus palabras no sonaban a placer.
—¿Qué…? ¿Qué vas a hacer?
—Para empezar taparte la boca por volver a hablar.
—Espera, quítale el antifaz, quiero verle la cara —la voz de Azrael no admitía discusión.
Anabel parpadeó cuando el antifaz desapareció de sus ojos. Azrael seguía sentado en su trono, aunque su camisa había desaparecido y su pantalón estaba abierto. Anabel inspiro con fuerza cuando reparó en la prominente erección. Estaba excitado. ¡Y vaya si estaba excitado! Sus grandes manos rodeaban su erección y se deslizaban de arriba abajo con languidez. Anabel se humedeció los labios cuando los firmes dedos apretaron justo bajo la cabeza y varias gotitas brillantes salieron a unirse a las ya existentes. Ella sabía a qué sabrían si las relamiera. Salado al inicio y un ligero deje dulce al final que permanecería sobre su lengua.
—¿Lo quieres?
Anabel lo miro. Conocía a Azrael lo suficiente como para saber que no le estaba preguntando si deseaba su cuerpo o que le echara un buen polvo. No, Azrael le estaba preguntando sobre el castigo, le estaba dando una última oportunidad de librarse de él, sin que los demás se dieran cuenta.
Podía ver el deseo en los ojos dorados. Azrael no quería parar ni con el castigo, ni con los juegos. Azrael la deseaba, estaba escrito en los ojos dorados mientras no miraba a nadie más que a ella.
A pesar de la situación, a pesar de cómo le ardía la piel y las entrañas, una extraña sensación de seguridad la invadió. Azrael la deseaba a ella, no a Ravena, ni a nadie más. Ravena formaba parte de la fantasía, pero sólo era un instrumento, un juguete más. Eran ellos: ella y Azrael quienes eran los protagonistas.
El calor en su vientre aumentó, aunque esta vez no estuvo segura de si era por el aceite o por su propia excitación. Iba a darle a Azrael su fantasía, iba a vivirla y disfrutarla y luego…, luego le cobraría a Azrael por todo el placer y todo el dolor que la hiciera pasar.
—Si.
Los hombros de Azrael se relajaron.
—Veinte azotes. Haz que los cuente, haz que se corra mientras los cuenta y luego… suéltala para que gatee hasta mí. —La mano de Azrael comenzó a deslizarse de nuevo sobre su dura erección—. ¡No! —Interrumpió a Ravena cuando fue a bajar de nuevo el antifaz sobre el rostro de Anabel—. Quiero verle la cara.
Anabel le mantuvo la mirada a Azrael mientras Ravena le colocó una pelota de cuero en la boca y le ató la cinta que la sujetaba por detrás de la cabeza. Apenas desvió la vista cuando Ravena le chupó un pezón con fuerza, hasta hincharlo y alargarlo para colocarle una larga pinza de madera en él, ni cuando repitió el proceso en su otro pecho.
Inspiró con fuerza y retuvo el aliento cuando Ravena se acercó a ella con una larga paleta de madera y se preparó para el dolor. Pero Ravena usó la paleta para acariciarla, repasando la curvatura de su trasero, deslizándola entre sus muslos… «¡Ay!». La mordaza ahogó su grito sorprendido ante el primer impacto fuerte sobre sus nalgas.
—¡El rey te ha ordenado que cuentes!
«¿Cómo demonios quieren que cuente?».
—¡Uhmo! —balbuceó precipitada cuando la paleta impacto de nuevo, dejando una nueva estela de quemazón sobre su ya ardiente piel.
—¡Buena chica! —Ravena le acarició el trasero.
La mano de la vampiresa era como un bálsamo frío que la hizo cerrar los ojos de placer.
—¡Mirame!
Anabel abrió sobresaltada los ojos para mirar a Azrael.
—Cada vez que pares de contar y cada vez que dejes de mirarme, la cuenta de tus azotes se pondrá a cero.
«¡Oh, Di…!».
—¡Dhohf!
La lengua de Ravena sustituyó la mano. Anabel gimió ante el dulce placer, pero le mantuvo la mirada a Azrael.
—¡Dhehf! ¡Uathoh!
El calor a su espalda parecía crecer al mismo ritmo en que la erección de Azrael parecía aumentar de tamaño ante sus ojos y una creciente humedad se deslizaba entre sus piernas.
—¡Fhinho!¡Fheifh!¡Ethe!
Cuando Ravena le abrió las nalgas con sus manos heladas y su lengua exploró exigente entre sus cachetes, el grito de placer fue aún mayor que los que habían conseguido arrancarle los azotes. La boca de Azrael se curvó hacia un lado en una mueca casi cruel que prometía que ese no iba a ser el primer ni el único grito que le iban a arrancar esta noche.
—¡Oho! ¡Nuehe!
Ravena apareció a su lado. Desde la periferia de su visión, Anabel observó cómo Ravena se metía tres dedos en la boca para mojarlos.
—¿Recuerdas esa parte en la que tu rey quiere que te corras? —preguntó Ravena deslizando los dedos entre los pliegues de Anabel en busca de su clítoris.
El vientre de Anabel se contrajo, haciéndola doblarse a pesar de las cadenas cuando los diestros dedos comenzaron a moverse con rapidez sobre el pequeño centro de nervios.
—¡Sigue contando!
Si no hubiese sido por el aviso de Azrael, habría olvidado por completo mantener la cuenta. Su piel ardía por donde aún brillaba el aceite, la paleta dejaba una quemazón tan dolorosa como morbosamente placentera bajo cada impacto y los dedos de Ravena levantaban un placer tan suave e intenso que chocaba y se entremezclaba con el resto de sensaciones que la inundaban.
—¡Ieh!
—No dejes de mirarme, cielo —las palabras de Azrael no fueron siquiera un susurro. Si Anabel no lo hubiese estado mirando, jamás lo habría oído.
Obedeció. Cuando la primera poderosa ola de éxtasis partió desde su clítoris para extenderse y arrasar el resto de su cuerpo, Anabel se ancló a los ojos dorados, compartiendo el placer, la intimidad, y el conocimiento de que no importaba quién más estuviese allí, aquel momento les pertenecía sólo a ellos. A medida que los jadeos apagados de Anabel crecían, las pupilas de Azrael se dilataban con un brillo enfebrecido y sus manos se movían con la misma rapidez con la que los dedos de Ravena le exigían un orgasmo tras otro.
Su mente se quedó en blanco. Sus músculos se relajaron tanto que sólo los grilletes alrededor de sus muñecas la mantuvieron en pie. Sólo permanecieron los sentimientos, la sensación de estar flotando en un cálido y placentero éter. Únicamente los ojos dorados se mantenían en la oscura indiferencia que la rodeaba.
—¡Dejaste de contar! —tronó una voz femenina. Anabel la ignoró, demasiado exhausta como para querer complacerla—. Bien, si es eso lo que quieres, seré yo quien cuente por ti… desde el principio.
Alguien le coloco algo rígido entre las rodillas separándole las piernas. Demasiado cansada para analizar el porqué y para qué de ese artilugio, Anabel ni siquiera miró lo que era.
Los gritos sobresaltados de Anabel rebotaron contra las oscuras paredes de piedra de la mazmorra, mezclándose con el ruido de las cadenas bajo el zarandeó de Anabel, con el hueco sonido de las palmadas sobre su sexo expuesto y la voz clara de Ravena contando sin interrumpirse.
No es que las palmadas fuesen excesivamente fuertes, pero su clítoris hinchado y sensibilizado parecía incapaz de asumir las intensas sensaciones y se rebeló lanzándola hacia un nuevo orgasmo.
—Y veinte —dijo Ravena, por fin.
Anabel cerró los ojos cuando todo quedó en silencio. Su cuerpo se mecía con suavidad colgado de las cadenas. Las gentiles manos de Ravena le retiraron los rizos pegados a su frente y mejillas. La mordaza desapareció de su boca. Bebió agradecida del vaso de agua que Ravena le puso sobre los labios.
—¿Preparada para seguir?
Anabel abrió sobresaltada los párpados. Ravena sonrió divertida.
—No pensarías que ya habíamos terminado, ¿verdad?
«¿No hemos terminado?». Anabel tragó saliva. Ravena no podía esperar que ella siguiera corriéndose, ¿verdad?
—Ese sólo fue tu castigo por rebelarte contra el rey, ahora es hora de que hagas tu trabajo como esclava. El rey te está esperando.
¿Su trabajo? ¡Trabajo le iba a dar ella a Ravena! Abrió la boca para protestar, pero lo único que salió fue un chillido agudo cuando Ravena le derramó aceite en abundancia por encima. ¡Otra vez no! Los efectos del aceite sobre su piel no se dejaron esperar.
—¡Para! ¡Por lo que más quieras, para!¡Vas a achicharrarme!
Ravena rió, pero soltó la jarra en el suelo para esparcir el ardor extremo junto al aceite por la piel de Anabel.
—No seas ridícula. Haz bien tu trabajo para que el rey te recompense. Todos los efectos del aceite desaparecen con el placer.
Anabel jadeó. ¡Eso explicaba por qué se sentían tan bien las caricias y besos de Ravena! Chilló de nuevo cuando Ravena le soltó los grilletes. Casi cayó al suelo cuando sus rodillas fueron incapaces de mantenerla de pie. Los brazos de Ravena la sostuvieron a tiempo y la vampiresa la bajó suavemente a la alfombra hasta que quedo de rodillas.
—Ven aquí. —Más que la orden de un rey, sonó como la invitación de un amante.
Anabel miro a Azrael. Se humedeció los labios. Los restos de la ropa de Azrael habían desaparecido de su cuerpo. Según Ravena, Azrael sería su tabla de salvación, el que sería capaz de calmar todo este calor que la consumía. Sujetándose a Ravena, Anabel intentó levantarse.
—No. Gatea hasta aquí.
Habría protestado, pero ella sabía que no sería capaz de mantenerse de pie. Gateó a cuatro patas hacía el trono de Azrael, quién no la perdía de vista mientras su mano subía y bajaba de forma pausada, señalándole que la esperaba. La alfombra se sentía áspera bajo sus rodillas, pero el aire frío que acariciaba sus pechos a medida que se bamboleaban se sentía bien sobre su ardiente piel y aún mejor sobre la humedad de su sexo expuesto. Un gemido sonó a su espalda. Anabel miro por encima del hombro para ver a Bastien y a Miguel mirándole el trasero. Los bultos en sus pantalones señalaban claramente qué efecto estaba teniendo sobre ellos la vista. Había algo extrañamente excitante en saber que la deseaban y que al mismo tiempo ella se encontraba fuera de su alcance.
Anabel siguió gateando, consciente de las miradas masculinas sobre su trasero mientras ella contoneaba las caderas, incapaz de frenar su propia necesidad de ser deseada. Cuando sus ojos volvieron a cruzarse con los de Azrael, éste tenía una ceja levantada, pero la ligera curvatura en la comisura de sus labios, le indicó que a él le divertía su obvia provocación. Anabel le devolvió una sonrisa traviesa. Azrael la deseaba tanto como sus guardias. ¿Pensaba que ella iba a ser la única que sufriría?
Cuando se ubico entre los fuertes muslos de Azrael, no lo dudó, bajó su cabeza. Un ronco gemido sonó tan pronto como su lengua entró en contacto con la sensible piel del escroto. Con largos lametazos y etéreos besos húmedos, Anabel fue subiendo hasta recorrer la poderosa erección en toda su extensión y seguir su trayecto por el musculoso estómago encogido.
Fueron las manos de Azrael las que la detuvieron, empujándola de nuevo hacia abajo. Anabel dudó, no es que le importara saborearlo y juguetear un rato con él antes de montarlo, pero su cuerpo entero seguía ardiendo con la necesidad de sentirlo, de restregarse contra él.
—Lo necesito —murmuró, deseando que el resto de los vampiros no tuvieran un oído tan fino—. Quema tanto.
Los dedos de Azrael se enredaron en su pelo, sujetándola.
—Ravena, encárgate de calmarla.
El cuerpo desnudo de la vampiresa no tardó en envolverla como una manta desde atrás, frotándose contra Anabel mientras sus manos alcanzaban sus pechos para amasarlos. Anabel prácticamente ronroneó. ¡Pura gloria!
Azrael tiró de su cabellera hacía abajo. Anabel era consciente de que debería tomarse su tiempo para juguetear con Azrael, incitándolo con sus labios, lengua y dientes; sin embargo, sólo envolvió la hinchada cabeza con su boca y chupó las gotitas ligeramente saladas, saboreándolas sobre su lengua.
Una vez.
La segunda vez que bajó la cabeza, descendió tomando todo lo que pudo de la extrema largura de Azrael en su boca. Ignoró la forma en que sus labios se estiraban alrededor de su grosor. Los músculos de Azrael se tensaron bajo sus manos, el esculpido vientre se encogió y Azrael inspiró de forma sonora.
Ella se tomó su tiempo para volver a subir y soltar su presa. A pesar de que las caricias y besos de Ravena a su espalda mantenían mínimamente a raya el enloquecedor ardor, no eran suficientes. Curiosamente, la calmaba más el sentirse llenada por Azrael y el ser la dueña de su placer.
Bajó de nuevo, forzándose a relajarse para tomarlo más profundamente. A estas alturas sabía lo que le gustaba a Azrael poder enterrarse en su boca lo que, con su tamaño, significaba relajar los músculos de la garganta para poder satisfacerlo. Cuando la gruesa punta alcanzó la entrada a su garganta, se tomó el tiempo de llenar sus pulmones de oxígeno. Las manos masculinas empujaron su cabeza hacia abajo. Más, mucho más de lo que había pensado posible.
Algo deliciosamente húmedo y sedoso invadió su vagina, rebuscando en su interior. ¡Ravena! Anabel cerró los ojos y gimió ante la dulzura de la diestra lengua. Azrael no tardó en hacer eco de su gemido. Los dedos masculinos se tensaron en su cabello, haciéndola estremecer con el ligero dolor. Los dedos de Ravena encontraron su clítoris, no parando en ningún momento la exhaustiva exploración de su lengua.
Azrael alzó sus caderas hundiéndose en la garganta de Anabel y manteniéndose allí por unos segundos. Segundos suficientes para que ella adivinara lo que iba a pasar a continuación. Este era el momento en que Azrael solía pedirle que decidiera si quería parar. Habría bastado que Anabel se apartara de él para que parara, pero ella no lo haría. No cuando disfrutaba de su pérdida de control tanto o más que él.
Su mente se puso en blanco, sus músculos se relajaron… y Azrael comenzó a embestirla, a llenarla, sujetándole la cabeza con firmeza y hundiéndose en su garganta. La nariz de Anabel se hundía en el sedoso vello oscuro, una y otra vez. A la par que Azrael, Ravena hundía su lengua en su interior, en una caricia que era demasiado suave para llenarla, pero a la vez demasiado deliciosa para ignorar, sobre todo cuando los diestros dedos femeninos jugueteaban con su clítoris, haciendo chocar las bolas de los piercings a un ritmo tan frenético como el que Azrael marcaba.
Los gemidos de Ravena al devorarla se confundían con los gemidos apagados de Anabel que vibraban alrededor del enorme miembro y se mezclaban en la habitación con los jadeos de Azrael.
Anabel no estuvo segura de si también los guardias gemían. No importaba. Dentro de su vientre chocaba el placer bestial causado por Azrael y el exquisitamente enloquecedor causado por Ravena.
Las uñas de Anabel se hundieron en la dura carne de Azrael. Podía sentir la creciente rigidez de él, la forma en que la punta de su erección se había hinchado y endurecido avisando que estaba a punto, al igual que lo estaba ella. La tensión en su vientre crecía, su boca se cerraba alrededor de Azrael como una lapa. Azrael levantó la cadera, ambas manos se cerraron sobre su cabeza. Un empuje, dos… El pulgar de Ravena extendió la humedad sobre la pequeña roseta extendida entre sus nalgas, presionando ligeramente… El grito de Azrael inundó la habitación, un espeso calor se derramó en su garganta y boca, y junto a él, el placer explotó en el vientre de Anabel acompañado por un chorro de líquido caliente entre sus piernas.
Antes de que Anabel tuviera tiempo de sentir vergüenza por lo que acababa de pasar, las manos en su cabellera fueron sustituidos por la de Ravena, que la obligó a girar la cabeza hacía ella. Ravena la besó con frenesí, apretando sus caderas y pechos contra Anabel, y saqueando la huella de Azrael de su boca. El sabor de Azrael, el de Ravena y el de ella misma se entremezclaron sobre la lengua de Anabel. Era un sabor exótico, morbosamente decadente y sobre todo prohibitivamente excitante.
Los dedos de Ravena encontraron el camino entre sus nalgas. Primero uno y luego dos la invadieron, extendiendo una extraña quemazón a su paso. Anabel trató de alejarse de ellos. Imposible. No cuando sus bocas seguían pegadas y no cuando no había sitio hacia dónde escapar.
Ravena salió para recoger algo del espeso líquido que seguía goteando de entre los pliegues de Anabel, sólo para regresar a su conquista de los pasajes prohibidos y esparcir la pringosa crema por ellos. Los dedos de Ravena se hundían en ella, abriéndola, obligándola a relajarse, explorándola y haciéndola sentir vacía cada vez que salían para recoger más lubricante.
Casi llegó a quejarse cuando Ravena se separó de ella y empujó sus hombros sin consideración hacía el regazo de Azrael. Cuando sus nalgas fueron separadas y la lengua de Ravena sustituyó a sus dedos, Anabel no pudo más que abrir ojos y labios para mirar perdida hacía Azrael, cuyos ojos dorados no la perdían de vista.
Anabel jadeó a medida que la lengua de Ravena la hizo descubrir nuevas sensaciones, jadeó aún más cuando el pulgar de Ravena se abrió hueco en su vagina y el resto de los largos dedos femeninos encontraron el hinchado clítoris.
Azrael recogió los restos del semen que le cubría la barbilla para masajearlo por sus pechos y no tardó en encontrar un hueco entre los generosos pechos antes de achucharlos y atrapar su erección entre ellos.
—¿Te gusta, humana?
¿Gustarle? ¿Qué podia contestar a eso? La lengua de Ravena salió y aleteó alrededor de la sensible apertura. Anabel tragó saliva y asintió con la cabeza.
—¿Mucho? —Azrael usó sus pechos para masajearse.
Anabel asintió, incapaz de articular palabra. Azrael se inclinó a besarla.
—Entonces quizás deberías saber que en cuanto te corras, seré yo quien ocupe el lugar de la lengua de Ravena. —Azrael le achuchó los pechos, dejándola sentir la dureza de su erección y dejándola saber que no era su lengua lo que iba a usar para penetrarla.
Los dedos de Azrael juguetearon con las pinzas que mantenían atrapados sus pezones, llevándola a ese extraño límite entre el placer y el dolor, que intensificaba las sensaciones. Anabel gritó ante la poderosa ola que comenzó a recorrerla.
—¡Pídeme que te folle, Anabel! —La voz de Azrael estaba llena de urgencia.
—¡Oh, Dios, sí!
—¡Pídelo!
—¡Fóllame!!Por lo que más quieras, fóllame de una vez!
Azrael se levantó de un salto y la alzo para colocarla de rodillas sobre el trono. No tardó en hundirse en ella, llenándola, estirando las paredes que aún vibraban con el placer de su último orgasmo. El pulgar de Azrael se apretó con firme delicadeza contra la roseta entre sus nalgas, abriéndola como si quisiera comprobar que Ravena había cumplido el encargo de prepararla. Manteniendo el pulgar enterrado en su trasero, Azrael la embistió con calmada fuerza, dejándola sentir cómo entraba, cómo la gruesa cabeza se abría camino una y otra vez dentro de ella, empujándola contra el respaldo del trono y haciéndola suya, hasta que una nueva explosión de placer estalló en su vientre.
La sensación de vacío ante la retirada de Azrael, fue sustituida por la firme presión de la ancha cabeza que trataba de abrirse paso por el estrecho túnel entre sus nalgas.
—¡Azrael! —Anabel lo miró sobresaltada por encima del hombro cuando la quemazon se convirtió en un ligero dolor.
—¡Shhhh! Relajate. —Azrael se inclinó hacía ella para besarle el hombro pero siguió presionando—. ¿Duele?
—¡Sí!
—Relájate y trata de convertir el dolor en placer.
«¿Convertir el dolor en placer? ¿Cómo demonios…? ¡Oh, Dios!».
—Disfruta del dolor, encuentra ese punto que te da placer en él. —A pesar de sus palabras y de no retroceder, Azrael frenó su avance—. Te gusta ese pequeño toque de dolor cuando te pellizco los pezones, siempre me pides que te sujete fuerte por la cintura cuando estás cerca del orgasmo, te corriste antes con los azotes de Ravena… Encuentra ese punto de dolor que te excita y úsalo a tu favor. —Azrael le toco la mejilla y le giró la cara un poco más para alcanzar su boca y besarla.
Anabel chilló de dolor cuando las pinzas desaparecieron de sus pezones y la sangre volvió a circular por ellos. Una mano femenina le rodeó un pecho y se lo llevo a la boca y unos dedos sedosos encontraron un hueco entre los muslos de Anabel. Anabel gimió. Azrael se separó sólo unos milímetros de sus labios.
—¿Puedes sentirlo? ¡Úsalo! Empuja cuando estés preparada.
Sí, podía sentirlo, podía sentir la calidez de ser besada por Álvaro, el placer de los dedos y lengua de Ravena… y podía sentir cómo Azrael se abría paso dentro de ella, estrechándola, llenándola hasta el límite de lo posible. Podía sentir el dolor, la forma en que la hacia sentir poseída, y sintió el deseo por más de aquellas sensaciones. Fue empujando su trasero hacía atrás, recreándose en el fino dolor que contrastaba con el exquisito placer que las bocas de Azrael y Ravena le proporcionaban por todos lados. Cuando ya pensó que no cabía nada más, que su cuerpo no admitiría ni un milímetro más de Azrael, Azrael comenzó a mordisquearle la nuca y la espalda.
Tratando de escapar de las intensas sensaciones, Anabel se inclinó hacia delante arqueando la espalda.
—¡Ufff! —Las uñas de Anabel se clavaron en la madera tallada del respaldo, cuando la cadera masculina entró en contacto con su trasero
—¡Diosa! —jadeó Azrael, dándo un último empujón como si quisiera fundirse con ella.
—¡Dios, no te muevas! Por lo que más quieras ¡no te muevas!
Azrael la abrazó y le besó el hombro, pero no se movió.
—¡Mmmm… eso se ve rico! —ronroneó Ravena cuando alzó la cabeza y los miró—. ¿Me dejas un hueco? Esto es algo que no me quiero perder.
Con Azrael pegado como una lapa a su espalda, Anabel se movió todo lo que pudo hacia la izquierda para que Ravena pudiera sentarse sobre el mango del trono con las piernas abiertas. Con cada milímetro que se movía, gemía. ¿Cómo era posible sentirse a punto de reventar y sin embargo estar en la gloria?
—¿Pensáis comenzar a moveros alguna vez, o queréis convertiros en estatuas? —pregunto Ravena con un puchero, mientras sus largos dedos extendían la brillante capa por su sedoso sexo abierto a la vista de todos.
—¿Estás buscando un castigo por permitirte el lujo de hablar así a tu rey? —gruñó Azrael.
Anabel se puso rígida ante la idea de Azrael follándose a Ravena para mostrarle su lugar.
—Yo… —Ravena palideció y sus dedos pararon en seco.
—Vuelve a hacerlo y Bastien y Miguel se encargarán de darte a probar la misma medicina que le diste a mi esclava, Ravena —avisó Azrael con un tinte divertido en su voz.
Ravena y Anabel suspiraron aliviadas.
—Su Majestad tiene razón, me entregaré voluntariamente al castigo. ¿Quiere que lo reciba ahora mismo o prefiere que lo deje para luego, mi señor?
—Luego —dijo Azrael en voz alta, antes de acercarse al oído de Anabel—. ¿De verdad pensaste que renunciaría a ti para dedicarme a ella? Para tu información: mis castigos jamás son sexuales y jamás los imparto yo personalmente. Sólo tú eres mi excepción a la regla.
Anabel giró la cabeza para buscar su boca y besarlo, pero Azrael se retiró de ella con una sonrisa diabólica—. ¿Preparada?
No esperó su respuesta, Azrael se incorporó y la sujetó por la cintura. Movió la cadera hacia atrás, saliéndose lentamente de ella, sólo para llenarla de nuevo con una única embestida que la dejó sin aire.
«¡Madre del amor hermoso!». Ravena a su lado carcajeó. Los blancos pechos de la vampiresa temblaban con su risa mientras no paraba de masturbarse. Anabel desechó su vergüenza y su miedo. Atrapó uno de los rosados pezones en su boca y succionó. Ravena y Azrael gimieron al unísono. Las embestidas de Azrael aumentaron en velocidad e intensidad. El dolor/placer se extendió desde su trasero a su vientre. Ravena alargó su mano libre para masturbar a Anabel con la misma velocidad en que sus dedos se masturbaban a ella misma.
Todo pensamiento lógico se evaporó mientras Anabel ahogaba sus jadeos y gemidos contra los turgentes pechos de Ravena. Todo eran sensaciones. Dolor. Plenitud. Placer. La más exquisita de las delicias… Ravena fue la primera en gritar su éxtasis. Sus gritos reverberaron a través del cuerpo de Anabel, lanzándola a su propio infierno de placer, mientras las manos de Azrael se hundían junto a un posesivo gruñido en su carne.
Anabel apoyó la cabeza sobre el hombro de Azrael, demasiado cansada para preocuparse de los ojos que los seguían mientras Azrael atravesaba con ella en brazos el pasillo lleno de prisioneros. Nadie asomaba la cabeza esta vez, ni siquiera sujetaban los barrotes de sus celdas.
—¿Qué ocurre? Siento tu extrañeza pero desconozco el motivo.
—Es como si… no hubiera nadie.
—Oh, no te preocupes, siguen todos en sus celdas —contestó Azrael sin detener sus largas zancadas.
—Pero antes… estaban todos alterados y miraban por entre los barrotes.
—Saben que no dudaré en arrancarles la cabeza si se atreven tanto como a respirar en tu dirección.
—Pero antes…
Azrael alzó una ceja, aunque la comisura de sus labios se curvó levemente.
—Antes no era yo quien estaba a tu lado y todos saben que si llevo a mi esclava en brazos es porque tengo mis motivos para hacerlo.
—¿Y ese motivo es?
—Por la cantidad de preguntas que estás haciendo comienzo a tener la sensación de que no estás tan exhausta como creía. Quizás…—Al fondo de los pasillos resonó el jadeo ahogado de Ravena y los gemidos roncos de Bastien y Miguel—. Quizás sea el momento de borrarte de la memoria todo lo que ha pasado aquí esta noche.