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Las Mazmorras

Anabel se seco las manos sudorosas en la suave tela del batín

mientras seguía a la vampiresa desconocida a los calabozos.

Los dos guardias que la flanqueaban se mantenían en un rígido

silencio. Anabel se mojó los labios. Estaba asustada, pero eso

no quitaba que entre sus muslos se extendiera un húmedo rastro

que sus acompañantes probablemente podían oler.

Ellos sabían que ella estaba excitada, del mismo modo que

seguramente sospechaban que ella se encontraba desnuda bajo

el satén rojo. En realidad, era imposible que no se dieran cuenta.

Sus pezones despuntaban bajo la fina tela e incluso ella podía oír

el roce del satén contra las medias de liga.

Tragó saliva cuando bajaron las escaleras y la iluminación de los

pasillos fue haciéndose cada vez más tenue. El aire parecía

tensarse y calentarse a medida que atravesaban los oscuros

pasillos.

Pararon frente a una puerta de rejas. La vampiresa pelirroja sacó

de los pliegues de su falda una enorme llave de hierro. La puerta

se abrió con un chirrido que le puso los pelos de punta. A Anabel se le escapó una risita nerviosa. Parecía una película de miedo y le estaba afectando más de lo que quería admitir.

Nada más pasar, la puerta volvió a chirriar y se cerró tras ella con un sonoro click. Anabel chilló sobresaltada cuando a través de las puertas de barrotes  que se extendían a ambos lados del oscuro pasillo se asomaron los rostros de extraños seres mirándola hambrientos. Asustada, dio dos pasos hacia atrás, tropezando con el cuerpo duro e inquebrantable de uno de los guardias. El hombre bajó la cabeza, acariciándola con su cálido aliento cuando le habló al oído:

—Estamos aquí para protegerte y llevarte ante el Rey. Nadie te hará nada.

La vampiresa se giró hacia Anabel con una sonrisa traviesa.

—Somos las primeras mujeres que ven desde hace… —encogió los hombros— No lo sé. Algunos puede que no hayan visto a una mujer en siglos. Mira…

La vampiresa se acercó a una de las celdas y se acarició juguetona los pechos. Lastimeros gemidos sonaron a través del pasillo.

—¿Te gusta lo que ves? —preguntó provocativa al preso mientras se achuchaba los pechos como si se los fuera a ofrecer.

Anabel dio un salto sobresaltado cuando un fuerte rugido salió de la celda. Dos garras salieron de entre los barrotes para lanzarse a por los pálidos pechos de la vampiresa. La mujer fue más rápida que el preso. Riéndose se apartó con rapidez y avanzó por el pasillo.

—No es a mí a la que queréis. Fijaos en la humana. Es la esclava del rey. La llevamos hasta él porque ha sido una chica muy, muy mala y va a castigarla —vociferó la vampiresa con un tono remolón—. ¿No es preciosa? ¿Veis cómo se marcan sus pechos bajo esa tela tan fina? Yo diría que está completamente desnuda bajo el batín. ¿Qué creéis vosotros?

Anabel parpadeó alucinada. ¿La vampiresa acababa de contarle a unos presos privados de sexo que el rey la había llevado allí para… castigarla? ¿Y ella iba a tener que atravesar ese pasillo con todos esos ojos hambrientos puestos en ella, imaginándola desnuda? ¡Dios! ¿Dónde se habia metido?

—¿Y podéis olerla? Deliciosa, ¿verdad? Me pregunto si el rey me dejará participar y prepararla para él. No me importaría meterme entre sus muslos para probarla.

Anabel inspiró con fuerza, no muy segura de qué le impactaba más, si la confesión de la vampiresa o las reacciones de los presos que gemían, gruñían y se sujetaban con fuerza a los barrotes de su celda, apretando sus rostros contra el frío metal para tratar de verla mejor.

—Parece que no queda nadie aquí abajo que no te desee, humana —dijo divertido el guardia. Cuando los ojos de Anabel se abrieron aún más, el guardia soltó una baja carcajada que reverberó en el vientre de ella—. Si también Bastian y yo estamos cruzando los dedos porque el rey nos permita participar en tu castigo, pero el rey sabe que nosotros disfrutamos más compartiendo a nuestras mujeres. ¿Me pregunto si es casualidad que nos haya escogido precisamente a nosotros para llevarte ante él?

—Esperemos que no. Me esta volviendo loco saber que ya está húmeda —intervino Bastian con un gruñido.

Para cuando llegaron a lo que parecía ser su destino, una pesada puerta de madera de doble hoja, Anabel temblaba como una hoja. Era difícil saber qué la había impactado más, si pasar medio desnuda ante aquellas miradas famélicas que la devoraban llenas de deseos oscuros o las imágenes que se cruzaban por su mente de lo que la esperaría cuando llegaran ante Azrael. ¿Estaba asustada? Si. Eso no tenía ni que preguntárselo, pero al mismo tiempo… ¿Cuántas veces había soñado con cruzar el límite de lo permitido?, ¿con liberarse de su mente más racional y entregarse al perverso placer de lo prohibido?

Observó bajo las pestañas los largos y elegantes dedos de la Vampiresa mientras bajaba el pomo. Por lo cuidadas que las tenía debían de ser suaves… Anabel, parpadeó. ¿De dónde salían esos pensamientos? Azrael no iba a dejar que otra mujer participara, ¿verdad? ¡Ella no quería verlo con otra mujer!

Miró de reojo a los guardias. Los músculos del fuerte antebrazo de Bastian se hinchaban al colocarse bien su capa. El guardia rubio, del que aún desconocía el nombre, había dicho que compartían a sus mujeres. Anabel se estremeció. ¿Cómo se sentiría si tres hombres fuertes y grandes como aquellos la tomaran a la vez? «¡Deja de pensar idioteces! Azrael es demasiado posesivo para compartirte con nadie y tú no quieres que te comparta».

—Entra, el rey te está esperando —murmuró uno de los guardias.

Anabel inspiró profundamente antes de entrar en la oscura cámara, iluminada escasamente por antorchas cuyas llamas dibujaban sensuales luces sobre las paredes de piedra. Un sensual perfume a sándalo y vainilla la envolvió de inmediato. No tardó en darse cuenta que el olor provenía de un quemador redondeado que estaba en una de las esquinas.

A pesar de lo austero de la amplia sala, no daba tanto miedo como cabía de esperar de una estancia ubicada en la parte más lúgubre de las mazmorras. La moqueta roja que cubría todo el suelo le daba un cierto aire suntuoso. Justo enfrente, pegado a la pared había un trono. Los elementos de tortura parecían ser básicamente esposas, cuerdas y una especie de potro, aunque le preocupaba lo que pudiera haber en el amplio armario situado a su derecha.

Azrael salió de entre las sombras. Sus ojos dorados brillaban con la luz de las antorchas. Fue hacia ella con pasos lentos, pausados, como el depredador que estudia a su presa antes de devorarla. Se paró frente a ella y le acarició la mejilla con el reverso de sus dedos.

—Me complace tu decisión de venir aquí y entregarte voluntariamente a mi —murmuro Azrael, trazando un lento recorrido por su cuello, el contorno de su clavícula y la curva de sus senos, para ir bajando y abrirle el cinturón del ligero batín.

Por instinto Anabel quiso sujetárselo, pero la oscura mirada de Azrael le advirtió que no lo hiciera. Anabel echó una rápida ojeada a los guardias y la vampiresa. Los tres permanecían a su lado, con las espaldas firmes y la vista al frente. Anabel se clavo las uñas en la palma de sus manos y resistió la urgencia de cerrar de nuevo el batín entreabierto.

Los labios de Azrael se curvaron casi imperceptiblemente.

—Oí lo que ocurrió en el pasillo. Parece que te estás convirtiendo en el objeto de deseo de toda la corte, mi dulce humana —dijo Azrael, esta vez más alto.

Anabel lo estudió asustada. ¿Se había enfadado? ¿Iba a castigarla por eso o iba a castigar a sus acompañantes por su desfachatez? Ella no quería ni una cosa ni la otra.

—Yo…

—Me pregunto qué debería hacer al respecto —la interrumpió Azrael—. ¿Debería castigarlos por su atrevimiento?, ¿o debería darte a elegir si quieres aceptar su ofrecimiento.

—¡¡Qué?! —Su corazón comenzó a bombear sangre por sus venas con tanta fuerza, que Anabel supo con certeza que todos los vampiros allí presentes podían oírlo.

Azrael ladeó la cabeza con los ojos llenos de curiosidad.

—Interesante… —Azrael llevo sus dedos al hueco justo debajo de la oreja de Anabel, dónde su pulso latía con más énfasis—. ¿Y qué será entonces, mi deliciosa pervertida? ¿Solos tú y yo? ¿Con Ravena? ¿O con Bastian y Miguel?

¿Qué elejirás Anabel?

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Convertirse en regalo para un todopoderoso rey de otra dimensión, que creía que podía hacer con ella lo que le diera la gana, no era precisamente el cuento de princesas con el que Anabel había soñado desde niña. Claro que tampoco había esperado nunca encontrarse a un atractivo vampiro aguardándola impaciente en su cama.
El Cuento de la Bestia

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